26 febrero 2008

Potosí y Sucre

La carretera que conecta Uyuni con Potosí estará acabada en sólo un par de años, pero por ahora es sólo un kilométrico barrizal que serpentea entre imponentes montañas coronadas por una boina oscura que amenaza tormenta. El autobús se desliza lentamente, haciendo muchas más paradas de las que mi colega granadino y yo desearíamos. En cada una de ellas suben y bajan personas cargadas con voluminosos bultos que, al no tener asiento, se acomodan como buenamente pueden en el pasillo. A nuestro lado una tìpica "chola" con su bebé cargado a la espalda masca coca sin parar mientras intenta cortar unas uñas de los pies que ni de lejos conocen lo que es una pedicura.


Nada más llegar a Potosí la tormenta comienza a descargar con extrema violencia, así que tomamos un taxi para llegar a un albergue que nos han recomendado. Las empinadas calles del centro se convierten en cuestión de minutos en auténticos torrentes de agua que discurren sobre los adoquines. Hace frío, pero afortunadamente el Hostel es bastante comfortable y pillamos una habitación doble con baño privado a buen precio. Allí encontramos de nuevo a nuestros compañeros de excursión por el Salar de Uyuni: Lee, Will y Chris. Con ellos salimos a cenar algo cuando para de llover, para regresar después a echar una partida de poker en la que Miguel y yo nos resarcimos de la dolorosa derrota sufrida en días anteriores, desplumando a los herederos de Francis Drake.

Al día siguiente amanece soleado y nos vamos a visitar las minas del Cerro Rico con una de las agencias autorizadas. Junto a un nutrido grupo de gringos disfrazados de mineros vamos al mercado a comprar hojas de coca, refrescos y alcohol (de 96º!!!) que luego regalaremos a los mineros que están trabajando en el interior de la montaña. Aunque lo más sorprendente es que se pueden comprar dinamita y otros explosivos con absoluta tranquilidad. Reinaldo, el guía de los únicos tres hispano hablantes, es un exminero que se expresa con una elocuencia muy poco habitual entre sus compatriotas. Con él visitamos una rudimentaria planta de procesamiento de minerales, para poco después traspasar juntos las puertas del mismísimo infierno.


Y es que lo primero que se encuentra nada más entrar en la mina es la figura del "Tío", el diablo que habita la montaña y al que los mineros veneran para que les protega de los muy numerosos accidentes. En cuanto penetramos un poco en los oscuros túneles el oxígeno empieza a escasear, mientras el polvo y el calor son cada vez mayores. Bajamos por estrechísimos conductos, casi arrastrándonos, hasta estar a unos cincuenta metros de profundidad. Allí, con un minero que lleva más de veinte años metido en aquel agujero y su hijo de trece años, que desgraciadamente sigue sus pasos, compartimos un trago y algunas, muy escasas, palabras. No os podéis imaginar lo feliz que me siento cuando, tras casi dos horas allí metido, puedo de nuevo respirar con normalidad... y pienso en que probablemente nunca más entre en una mina.

Por la tarde nos relajamos un poco paseando por la ciudad, que aún conserva un buen número de iglesias, casonas señoriales y bonitas plazas, testimonio de lo que sin duda fueron tiempos mejores. Es sábado y, a pesar del mal tiempo, las calles están muy animadas, así que nos dejamos llevar por el gentío y paseamos por el mercado, donde la carne de llama cuelga junto a una camiseta falsa del Real Potosí y puedes beber riquísimos y baratísimos batidos de frutas (si no eres muy escrupuloso) mientras ves los últimos videoclips de los artistas locales. Difícil contener la risa para no ofender a sus fans... Tras cenar (por fin!!!) algo de pescado vamos a ver como es el ambiente nocturno, pero no tardamos ni cinco minutos en que se nos pegue un borracho, así que nos vamos prontito a descansar...


Y es que el domingo tenemos un compromiso con Reinaldo, el guía, que nos ha invitado a jugar con él y los otros guías un partido de fútbol. Nos encontramos con ellos en la puerta de la agencia y en un minibus nos vamos a Talampaya, a unos veinte kilómetros de Potosí. Somos los únicos no bolivianos, lo que nos asusta un poco por como nos afectará la altitud. Pero pasados los primeros minutos de asfixia total y una vez acostumbrados al barro y las piedras los gringos comenzamos a demostrar nuestra calidad y nusetro equipo vence por un claro 5 a 1 con dos goles de un servidor a la salida de sendos corners. Algo que no tiene mucho mérito, porque le saco un palmo a todos y además les da miedo dar al balón de cabeza, pero que me quiten mi minuto de gloria...

Una vez roto el hielo sobre el terreno de juego nos vamos a comer con todos a casa de uno de ellos, situada muy cerca del campo y donde su mujer ha preparado una enorme cacerola de pasta con carne, queso... y patatas! Y de allí a las termas cercanas, donde nos bañamos en aguas por encima de 30 grados ante las miradas curiosas de los locales, poco acostumbradas a tal cantidad de vello corporal. Incluso nuestros compañeros de equipo, animados por los copazos que ya han empezado a tomar sin ni siquiera salir del agua, nos bautizan entre risas como los "spanish monkey men". Ya contentillos, la vuelta a la ciudad transcurre entre muchas risas y aún más tragos, pero viendo el ya avanzado estado etílico de muchos de ellos decidimos retirarnos prudentemente antes de estropear uno de los mejores días vividos en todos estos meses.


El domingo desayunamos como reyes en un café de la plaza y después visitamos la muy recomendable Casa de la Moneda, donde entre pinturas, restos arqueológicos, viejas monedas y otros objetos destacan los impresionantes ingenios de madera tirados por mulas que se usaban para laminar la plata. A mediodía partimos hacia la vecina Sucre en un viajecito de apenas tres horas por la primera carretera asfaltada que encuentro en Bolivia. A lo largo del camino parece que la tierra vuelve a respirar y poco a poco va apareciendo más vegetación e incluso alguno de esos árboles que ya casi ni recordábamos. Y al llegar a la ciudad, algunos signos de "civilización" que tampoco habíamos visto en el Sur del país.

Nos alojamos en un hostel cercano a la estación. Es una gran casona con terraza, jardín y un estupendo comedor estilo Rococó donde nada más llegar nos unimos a un ruidoso grupo que pasa la lluviosa tarde bebiendo vino. Son dos simpáticos israelíes que confirman la regla, una pareja canadiense, un danés, un italiano y dos francesas loquísimas que viajan acompañadas de su guitarra y su acordeón y que nos ofrecen un improvisado concierto como bienvenida. Pero mi favorito es un holandés de unos 40 tacos que está viajando en una motillo de 125 cc. que se compró en Buenos Aires, donde previamente se sacó el carnet para poder conducirla. Aunque ya antes había viajado por Africa en una scooter, por Mongolia en bicicleta, y no se cuantas cosas más. Vamos,un crack!


En Sucre nos dedicamos bàsicamente a relajarnos y descansar nuestro maltrecho cuerpo tras la intensa experiencia potosína. Y así, entre paseos por las callejuelas de aire colonial, cafecitos en alguno de los agradables bares del centro, una visita al cine para ver un estupendo documental sobre la vida en las minas de potosí (Devil`s Miner, por si a alguien le interesa...) y alguna juerguecilla nocturna con nuestros compañeros de hostel, se pasan los últimos días que comparto con Miguel. Han sido muchos, y aunque en parte tengo ganas de volver a estar solo, creo que en los próximos días echaré de menos a mi nuevo amigo, que ya se ha ido rumbo a La Paz.
Yo, mientras ahí fuera llueve a cántaros, espero un autobús que me dejará en Oruro a la muy recomendable hora de las cinco de la mañana...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Raul, en esta ultima entrega te has salido, nos has transmitido tan vívidamente las situaciones, los lugares, las gentes, etc, que, al menos en mi caso, es como si me hubieras teletransportado con las palabras, que al fin y al cabo es el fin ultimo de todo escritor.
Continua disfrutando con tu periplo viajero y sobre todo describiendolo para nosotros los pobres currantes sin valor para sacar los pies del sendero trillado y lo que es peor, marcado por otros.