Salgo de Mendoza màs tarde de lo previsto y cuando llego a la terminal no encuentro un billete para La Rioja hasta la noche. Mi intenciòn es llegar a Cafayate en tres etapas: La Rioja, Catamarca y Tucumàn, pero no quiero esperar todo el dìa en la calurosa estaciòn y tomo el siguiente colectivo a la relativamente cercana San Juan ("colectivo", "tomo", "terminal"...joder, ya hablo como hablan acà!).
Llego allì a media tarde y busco un albergue cercano a la estaciòn que recomienda la Lonely Planet. Es una antigua vivienda ubicada en un chalet estilo años 50 con cuatro habitaciones y cuatro camas en cada una, dos baños y un aseo, cocina y un gran salòn-comedor. Vamos, como estar en casa!
Una vez instalado salgo a dar una vuelta por la ciudad y una vez màs encuentro los mismos nombres de calles que en todo el resto de ciudades argentinas: Gral. San Martìn, Belgrano, Rivadavia, Plaza de la Independencia...
Alrededor de èsta hay varios operadores turìsticos ofreciendo excursiones y, sin pensàrmelo mucho, me apunto a una excursiòn al Valle de la Luna, no sea que me pase como en Mendoza. La ùnica pega es que pasaràn a buscarme a las cinco y media de la mañana, asì que tengo que acostarme pronto a pesar del buen ambiente que se respira en el hostel despuès de la cena.
No duermo mucho, pero a la hora en punto estoy listo y emprendemos viaje hacia el norte. Hay un buen montòn de kilòmetros de distancia, pero dada su extensiòn y su aislamiento, San Juan es casi la ùnica opciòn para visitar el Parque Natural de Ischigualasto... a no ser que tengas un vehìculo propio.
Y ni asì, porque una vez llegados al parque es obligatorio que un guìa acompañe a todos los visitantes para evitar el antes habitual robo de fòsiles y restos arqueològicos. Y es que en este parque, junto al contiguo de Talampaya, se han encontrado algunos de los fòsiles de dinosaurios màs antiguos del mundo.
Pero lo interesante para mì no son los fòsiles, que tambièn, sino ese paisaje que parece haber sido pintado por el màs chiflado de los pintores surrealistas. Escarpados farallones rocosos de un rojo brillante, inaccesibles barrancas en tonos verdes y morados, escasìsimos arbustos que parecen pintados de verde fluorescente... Y rocas, enormes rocas de caprichosas formas que toman nombres como "el gusano", "el submarino" o, mi favorita, "las bochas", una serie de rocas perfectamente esfèricas y colocadas de tal forma que parece que algùn dios indìgena estuviera jugando con ellas una partida de petanca.
Lamentablemente el vecino Talampaya està cerrado a causa de las ùltimas y copiosas lluvias, pero aùn asì vuelvo màs que satisfecho de la excursiòn a pesar del palizòn de furgoneta que llevo en el cuerpo.
Eso sì, cuando llego al hostel mis compañeros de cuarto, un canadiense que ejerce de traductor de francès en Santiago de Chile, un californiano medio loco con pinta de ser uno de los tipos de Jackass, y un vendedor de fertilizantes argentino en viaje de trabajo me invitan a compartir con ellos la comida que han comprado en un cercano restaurante vegetariano. Y por primera vez en muuucho tiempo, disfruto de una riquìsima cena sin carne, pasta o pizza, y de una larga sobremesa que se extiende hasta que mis ojos ya no pueden mantenerse abiertos por màs tiempo.
Al dìa siguiente me levanto muy tarde y tengo que dejar el albergue ese mismo dìa, ya que por la noche cojo un bus a Tucumàn. Pero la encantadora gente que trabaja en èl, los mismos que me aseguran que tranquilamente puedo obviar La Rioja y Catamarca, me permiten dejar allì las cosas y volver a recogerlas a la noche.
Asì que, aprovechando que por fin ha salido el sol, tomo un bus a Ullum, un pueblito cercano con un lago al que los sanjuaninos acuden a refrescarse los fines de semana. Pero, aunque el lugar es bonito, està lleno de familias ruidosas y de basura, y el agua està verde y "recaliente", asì que desisto de mi dìa de playa para poder ir a ver el santuario de la Difunta Correa.
La Difunta Correa es uno de los muchos santos paganos a que los argentinos rinden tributo. A todo lo largo y ancho del paìs pueden verse pequeños altarcitos junto a la carretera llenos de botellas de agua que los conductores, especialmente los camioneros, ofrecen a esta mujer que muriò de de sed cuando buscaba a su marido reclutado por la fuerza por el ejèrcito. Pero su bebè, a quièn llevaba en brazos, fuè encontrado todavìa con vida dìas despuès gracias a la leche que aùn brotaba del pecho de su madre muerta.
En ese mismo lugar se levanta hoy el santuario, una especie de enorme parque temàtico de la santa donde pueden encontrarse los objetos màs variopintos ofrecidos por los fieles: matrìculas de coches, maquetas de casas, uniformes militares, fotos familiares, vestidos de novia y... claro, parrillas y tiendas de souvenirs.
Esto sì que es surrealista y no el valle de la Luna!
02 febrero 2008
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