Salgo de San Juan a las doce de la noche rumbo a Tucumàn. Mi cuerpo debe ya haberse habituado a las "comodidades" del bus-cama porque apenas si me entero de las paradas en La Rioja y Catamarca. Al llegar a la estaciòn veo una larga cola de gente que està esperando para sacar billete a Cafayate. El pròximo bus sale a las dos de la tarde y son las diez de la mañana, asì que, como he descansado bastante bien, decido continuar viaje. Dejo la mochila en consigna y me voy a dar una vueltita por la ciudad hasta la hora de partida. Afortunadamente parece que no me voy a perder nada màs que una versiòn de mayor tamaño de Mendoza.
El bus a Cafayate va repleto de mochileros, principalmente jovencitos porteños jugando a ser "jipis" durante el verano. Màs o menos lo que hacemos otros ya no tan jovencitos durante un poco màs de tiempo...
El paisaje durante el largo trayecto varìa de una forma asombrosa. Las quebradas y resecas montañas de los alrededores de San Juan se cubren de enormes y frondosos àrboles al llegar a Tafì del Valle, para despuès dejar su lugar a un manto verde de pastos y matorrales. Segùn llegamos a Cafayate el paisaje vuelve a hacerse màs àrido y enormes cactus comienzan a aparecer a ambos lados de la ruta. No sè por què, pero tengo la sensaciòn de que ahora empieza una nueva etapa del viaje.
Cafayate es un pueblito encantador, con una enorme plaza arbolada alrededor de la cual gira toda la actividad. Allì hay varias agencias de turismo que organizan excursiones a los lugares de interès màs o menos cercanos, pero esta vez tengo ganas de hacer por mi cuenta todo lo que se posible. Asì que recabo toda la informaciòn que puedo y me voy a mi acogedor hostalito a disfrutar de esa cama taaan grande y ese baño taaan limpio. Agotado por el largo viaje de casi 24 horas duermo como un bendito y amanezco con ànimos renovados, asì que tomo un bus de lìnea que me lleva a las ruinas de Quilmes.
Mejor dicho, me deja en mitad de la carretera, justo al comienzo de un camino de tierra de cinco kilòmetros que lleva a la antigua ciudad indìgena. Todo el camino es en ligera subida y està flanqueado por montones de cardones, esos enormes cactus de los que hablaba y cuya infusiòn los indìgenas usaban como alucinògeno en sus rituales. Aunque aùn hoy se usan para hacer dulces, objetos de artesanìa e incluso en la construcciòn de viviendas.
A la entrada de las ruinas un grupo de indios Quilmes ofrecen sus servicios como guìas a cambio de una ayuda para su causa. Y es que mientras caminamos por lo que en su dìa debiò ser una imponente ciudad la joven india me cuenta como la explotaciòn de las ruinas fue otorgada hace años a un cacique local (blanquito por supuesto), que construyò un hotel con piscina incluìda justo en la base del cerro, donde se ubicaba el antiguo cementerio. Por supuesto es ilegal y han conseguido cerrarlo por ahora, exigiendo al gobierno que al menos les permita gestionar a ellos las instalaciones. Pero desde Buenos Aires alegan que no estàn capacitados para ello y quieren dar la concesiòn a una empresa privada.
En cuanto llegue a Salta me tatùo un Chè Guevara en el hombro!
Vuelvo al Cafayate en la furgoneta de una hyppie, èsta de verdad, que vende bisuterìa en la puerta de las ruinas. El mate que me ofrece tiene tanta mierda como su furgoneta y como su ropa (el tèrmino "pies negros" cobra aquì un nuevo significado), pero no puedo negarme y le pego unos sorbos al amargo.
En el pueblo hay mùsica y danzas folclòricas por carnaval, pero bastante menos animaciòn de lo que esperaba, asì que me voy pronto a descansar para estar en forma al dìa siguiente. Y es que he decidido alquilar una bicicleta, viajar con ella hasta la Garganta del Diablo, y volver desde allì a Cafayate recorriendo los màs de 40 kilòmetros de la quebrada del mismo nombre.
Y asì lo hago, bien pertrechado de agua, comida y cremita para el sol. Los parajes que atravieso son similares al valle de la Luna de San Juan, pero uno no se cansa nunca de ver una naturaleza tan majestuosa. Aunque el mejor momento es cuando, en una de las muchas paradas en mitad de la nada para descansar, descubro que esos pàjaros extraños que habìa visto posarse sobre un cardòn, no son otra cosa que una bandada de enormes loros azules, verdes y amarillos que echan a volar en cuanto me ven acercarme.
Esta noche lo que hay en Cafayate es un festival de grupos de rock locales, pero estoy tan fundido que no aguanto demasiado, a pesar de que me encuentro con la hyppie de las ruinas y sus amigos. A la mañana siguiente me voy a ver unas cascadas cercanas al pueblo. Cuando llego allì hay tambièn un grupo de indìgenas reclamando - creo que esta vez con bastante menos razòn- su propiedad sobre esas tierras. Para evitar problemas me llevo a uno de ellos como guìa... y menos mal, porque el camino es mucho màs complicado de lo que me habìan comentado. No es fàcil perderse, porque sòlo hay que seguir el curso del rìo hacia arriba, pero el cauce es tan estrecho y el camino tan abrupto que en muchas ocasiones parece que no hay forma humana de pasar. A pesar del guìa, en varias ocasiones no hay màs remedio que meterse en el rìo hasta màs arriba de las rodillas para poder continuar, pero afortunadamente mi càmara consigue salvarse de cualquier remojòn. Desafortunadamente, el orgulloso quilmes no se deja fotografiar.
He disfrutado mucho en Cafayate pero debo continuar (y dejar la mejor habitaciòn que he tenido en todo el viaje, sniff...), asì que a la mañana siguiente decido salir hacia la pequeña localidad de Cachi. Està sòlo a 165 kilòmetros hacia el Norte, pero por 40 de ellos no circula transporte pùblico alguno, asì que la opciòn màs lògica es viajar hasta Salta, la capital de la provincia, y de allì a Cachi. Total, màs de ocho horas de viaje. Pero siguiendo con mi renovado espìritu aventurero, y animado por otros mochileros con la misma idea que encuentro en la estaciòn, cojo el siguiente bus a Angastaco, el ùltimo pueblo con servicio. El camino es terrible y el bus va repleto de gente sentada en el pasillo o en los brazos de los asientos. Hace un calor insoportable y afuera no hay màs que desierto y algunas casitas en mitad de la nada donde el bus se detiene para entregarles el correo y, en algunos casos, la prensa del dìa. Parece increìble que puedan vivir en semejantes condiciones y ser capaces de sonreir cuando el chofer les dice que ya no queda periòdico para los ùltimos de ellos.
Pero el viaje aùn puede empeorar. Cuando llegamos a Angastaco aquello parece un pueblo fantasma. Es la hora de comer y no hay ni un alma, aunque pronto aparecen por allì otro grupo de mochileros que estaban esperando la llegada de nuestro bus para juntar màs gente y así poder pagar lo que pide el dueño de un camiòn por llevarnos hasta Cachi. Asi que, en la parte de atràs, tragando polvo y baches y curvas udrante cuatro horas viajamos hasta nuestro destino, al que llegamos casi a la misma hora que si hubièramos ido vía Salta. Pero bueno, yo esto ya lo sabìa. Unos lo llaman aventura y otros masoquismo...
Lo importante es que ya estoy en Cachi y que es una maravilla de lugar. Un pueblito precioso, con sus callecitas empredradas, sus casitas de aire colonial y su iglesia techada con cardones (sì, paradòjicamente el mismo cactus que usaban los indios para ponerse en contacto con sus dioses). Y no, no hay pràcticamente nada que hacer aquì salvo pasear por los alrededores del pueblo cuando el sol no quema o sentarse a la sombra a tomar una cerveza en las horas centrales del dìa. O claro, meterse en el ùnico cyber del pueblo a contaros todo esto rollo que os he metido.
Pero eso es sin dudad parte de la magia de este lugar...
06 febrero 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Sigo tu periplo con fruicción,cada día trasmites mejor la atmosfera y los paisajes y sobre todo incides mas en la cultura y en las personas, animo y hasta la proxima parada, aguanta que el mundo es de los audaces.
Por fín te vemos en una foto...aunque sea una en la que dan ganas de mandarte un jet de la cruz roja para que te devuelva a casa. Lo que tiene que estar sufriendo tu madre...y como te lo debes estar pasando tú.
Sigue caminando que es el más deseado de los destinos.
Publicar un comentario