Acabo de llegar a Potosí, la ciudad ubicada a más altura de todo el planeta, y la màs rica en tiempos de la dominación española. Aunque por lo que he visto en el poco rato que llevo aquí, nada queda del antiguo esplendor salvo las viejas casonas de aire colonial. El viaje desde Uyuni no ha sido demasiado pesado, a pesar de cuatro bolivianos borrachos que viajaban en la parte de atrás del bus y de que el camino estaba bastante embarrado. Allì, en Uyuni, descansé anoche después de cuatro días de "penurias" a través de más de 1000 kilómetros de los más increíbles paisajes que hayan visto mis ojos.
Pero la travesía por el desierto comenzó en Tupiza, donde me apunto a una excursión en 4x4 que nos llevará al famoso Salar despuès de recorrer toda la zona SurOeste de Bolivia. Mis compañeros de viaje son Miguel, un informático granadino que despuès de dos años en Dublín habla mejor inglés que castellano; y Lee, Will y Chris, tres inglesitos que a pesar de su tierna edad (el mayor tiene 25) resultan unos muy agradables, aunque en ocasiones demasiado "civilizados", compañeros de viaje. A los mandos del viejo Toyota el señor Urbano, nuestro chofer y guía; y a su derecha Teófila, su esposa, la que será nuestra cocinera durante todo el trayecto.
Así que, una vez cargadas nuestras pesadas mochilas en el techo del vehículo partimos rumbo hacia el Oeste, en dirección a la frontera chilena. Nada más salir de Tupiza el camino comienza a empinarse de manera espectacular y enseguida estamos por encima de los cuatro mil metros, así que mascamos unas hojas de coca para ir aclimatándonos. El camino es muy malo, pero las vistas son absolutamente increíbles y a cada poco pedimos a nuestro guìa que pare para tomar una foto de alguna extraña formación rocosa, del volcán que se ve allá a lo lejos o de aquella mina abandonada que parece imposible pueda estar allí.
Pasamos muchas horas sobre ruedas ese primer día hasta llegar a nuestro primer campamento. Es apenas un barracón de adobe con un techo de chapa y seis desnudos camastros. Por supuesto no hay agua corriente y el baño es muy precario, pero poder ver aquel cielo estrellado en medio de ese pueblo casi desierto compensa cualquier carencia. Cenamos mucho mejor de lo esperado, como en todo el resto del viaje, y nos vamos a dormir bien temprano. Hace un poco de frío y la cama es muy dura, pero dormimos bien... hasta que Lee se levanta vomitando por culpa del mal de altura, algo que le acompañará durante todo el viaje, y también a alguno de los otros.
Yo afortunadamente sólo sufro un muy leve dolor de cabeza.
Al día siguiente nos levantamos bien temprano y tras un reparador mate de coca seguimos camino. El viaje es largo y pesado, pero cuando llegamos a la Laguna Colorada apenas podemos cerrar la boca del asombro. Una enorme extensión de agua de un color rojo oscuro refleja como un espejo las enormes montañas que la circundan. Sobre ella, miles de flamencos de un intenso color rosa se alimentan tranquilamente con lo poco que pueden ofrecer aquellas aguas. Continuamos camino y llegamos a la Laguna Verde, situada justo bajo un imponente volcán de casi 6000 metros de altura. Allí en invierno se registra temperaturas por debajo de veinte bajo cero. Esa noche no llegamos a tanto, pero si pasamos frío en un alojamiento aún más básico que el del día anterior. Para colmo, esta noche le toca a Miguel sufrir el "soroche".
El tercer día de viaje nuestro cuerpo parece ya haberse habituado a la altitud y a los baches del camino. Este se vuelve un poco más llano cuando enfilamos hacia el Norte, pero el paisaje se va volviendo cada vez más sorprendente. Una enorme extensión donde no crece nada de nada se abre ante nosotros. A lo lejos, imponentes picos nevados contrastan enormemente con el rojo del desierto. De vez en cuando, una de esas rocas casi líquidas que parecen salidas de un cuadro de Dalí le añaden un toque aún más surrealista a la escena. Como lo son los geyseres y fumarolas que también visitamos, y que parecen la puerta de acceso al mismísimo infierno. Allí cerca nos bañamos en unas aguas termales a más de 30 grados mientras comienza a nevar sobre nuestras cabezas. Alucinante!
El último día, después de aclimatarnos tras pasar la noche en un "hotel" integramente construído con sal vamos al Salar de Uyuni. Lamentablemente ha llovido bastante y tiene más agua de lo normal, así que no podemos recorrerlo en su totalidad. Aún así es absolutamente espectacular. Subidos al techo del 4x4, con las ruedas de èste sumergidas en agua hasta la mitad, recorremos la extensísima, blanquísima y planísima superficie del salar, solo interrumpida por cónicos montoncitos de sal que, reflejados en el agua, parecen diamantes. Podrían perfectamente ilustrar la portada de algún disco de Pink Floyd...
Y por si todo lo visto anteriormente no nos había parecido suficientemente lisérgico, antes de llegar a Uyuni paramos en un cementerio de trenes que bien podía ser el escenario de La Matanza de Texas III o de la peor de tus pesadillas.
Por fin llegamos a la ciudad, satisfechos de la experiencia pero agotados y oliendo a perro muerto después de semejante viaje. Y allí nos despedimos de nuestros guías, quienes, cuando les damos una propina mayor de lo que cobran por los cuatro dias lejos de sus seis hijos, parecen abandonar por un momento ese mutismo mezcla de timidez y desconfianza que siempre les acompaña. Como a casi todos los bolivianos...
21 febrero 2008
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