17 diciembre 2007

Rumbo al Sur

La última noche en Puerto Madryn acepté el ofrecimiento de unos holandeses (en un teórico ranking por nacionalidades, los más majetes que he encontrado hasta el momento) para ir a cenar a un restaurante del puerto. Y es que, aunque había comprado algo para cenar, apetece de vez en cuando hacerlo en compañía. Y así de paso practicar mi inglés (que parece volver poco a poco) entre marisco, risas y vino blanco patagónico. Una muy agradable velada antes de partir rumbo al Sur del Sur.


Así que a la mañana siguiente salgo hacia Comodoro Rivadavia, en el extremo sur de la provincia de Chubut. Kilómetros y kilómetros de un paisaje cada vez más extremo, donde ver un àrbol, y no digamos un pueblo, se convierte en todo un acontecimiento. Al acercarnos al destino la inmensa planicie parece plegarse en unos pocos farallones rocosos a cuyo abrigo descansa la moderna ciudad. Moderna por lo nueva, no por otra cosa, porque la verdad es que es un lugar bastante feo y aburrido cuyo mayor atractivo son las máquinas perforadoras de los pozos pretolíferos recortadas en el paisaje. Y es que fue fundada hace apenas cien años cuando, mientras buscaban agua bajo el reseco suelo, encontraron casualmente petroleo. Debe ser por ello que los precios aquí son los más altos que he encontrado hasta ahora en toda la Argentina...


A la búsqueda de algo más sugerente que llevarme a los ojos salgo al día siguiente hacia Puerto Deseado, desviándome unos 200 kilómetros de la ruta principal en dirección al este. Allí espero poder visitar el Bosque Petrificado, donde se pueden ver inmensos fósiles de árboles de hace millones de años, y los Miradores de Darwin, una lengua del mar que se introduce tierra adentro entre enormes acantilados y que cautivó al famoso científico en su viaje por estas tierras. Pero otra vez me encuentro con que no puedo ir hasta allí más que en un tour organizado, y como los únicos turistas del lugar parecemos ser un neoyorquino chiflado y yo, las opciones son pagar por cinco personas o esperar a que lleguen más turistas. Así que me dedico a recorrer los alrededores a la espera del único bus que pasa al día siguiente a las siete y media de la tarde.


Afortunadamente son mucho mejores de lo que esperaba y caminando por el borde de la ría durante más de cuatro horas puedo llegar a ver la isla de los pájaros, donde habitan miles de bicharracos alados de todo tipo, como gaviotas, cormoranes y pingüinos de penacho amarillo (por lo visto muy raros, aunque sólo los veo de lejos), que organizan un escándalo increíble entre tanto silencio. Como increíble es aquí la rapidez con que cambia el tiempo, que en lo que dura la caminata pasa de sol y calor a nubes y viento frío y vuelta al calor. Así que regreso a Puerto Deseado (sin duda un nombre optimista...) pasando por delante del autódromo y del casino que toda ciudad argentina, por pequeña que sea, tiene que tener. Surrealista!


El bus que me llevará a Rio Gallegos retrocede hasta Caleta Olivia, más de tres horas de camino hacia el norte, para luego retomar la ruta hacia el sur durante la noche. Total, más de doce horas de viaje en las que, esta vez sí, consigo dormir un poco. Rio Gallegos es la capital de la provincia de Santa Cruz y se encuentra ya casi en el límite de la Argentina continental, justo antes de llegar a la mítica Tierra de Fuego. Y aunque no deja de ser otra ciudad patagónica más, al menos conserva algunas de la viejas construcciones de chapa que dieron origen al núcleo urbano, incluída la catedral. La verdad es que no deja de ser curioso una iglesia de hojalata con el interior revestido de madera. Así deberían ser todas!


Y esta noche, antes de partir mañana hacia el Calafate, creo que probaré un guisote de cordero patagónico, que ya le tengo ganas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que pasa primo