Ya estoy en Chile... aunque mañana temprano regreso a Argentina. Ha sido sólo una escala técnica (prevista en teoría para más adelante) para ver las Torres del Paine antes de partir a Usuhaia.
Pero vamos por partes... La nochebuena resultó más aburridilla de lo que esperaba, pero quizá mis expectativas eran muy altas y al final se limitó a cena y posterior salida en desbandada a tomar una copa al pueblo, lo que provocó este resfriado que hoy exhibo con dignidad. Eso sí, el cordero que preparó Pablo, uno de los chicos del Hostel, me encantó. El puto reguetón que ponían todo el rato en las discos (dos) de El Calafate, no.
El día de Navidad ya me levanté un poco tocado, así que me lo pasé vagueando, yendo a pasear un poco por el pueblo desierto, y charlando de lo divino y lo humano con el staff del albergue y con mis compis de habitacion, tres tipos divertidísimos y a cual más friki (escocés, irlandés y texano) que estuvieron poniéndome los dientes largos contándome como había sido su viaje a la Antártida después de encontrar un billete "barato" de última hora en Usuhaia. Afortunadamente yo ya tengo reservado un pasaje de barco para el día cuatro de enero desde Puerto Natales a Puerto Montt, así que no podré caer en la tentación...
A pesar de ello, decido parar un par de días en Puerto Natales, Chile, para visitar Torres del Paine, ya que no sé si después de fin de año me dará tiempo. El viaje desde El Calafate no es demasiado largo, pero los trámites en la frontera son un coñazo y nos obligan a bajar del autobús y abrir nuestras mochilas para verificar que no llevamos fruta fresca o carne cruda?? Pero claro, hay un montón de israelíes a bordo, y a pesar de que nos han advertido veinte veces, ellos hacen oídos sordos y se monta el pollo, aumentando el considerable retraso que ya llevamos acumulado. Al menos se quedan finalmente con la multa!
Y nada más bajar me encuentro con la pareja de catalanes que conocí en El Chaltén y me invitan a cenar con ellos. Así que tras encontrar un alojamiento más o menos digno, dejar mi ropa en la lavandería y reservar un billete de bus a Usuahia (12 horitas de nada) me encuentro con ellos para comer pescadito e intercambiarnos las direcciones que nos nos dimos el otro día. Así que habrá que ir a Girona...
Como estoy un pelín pocho decido hacer el guiri y me apunto a un tour organizado a Torres del Paine en vez de ir a caminar. Además, a diferencia de en El Chaltén los trekkings chulos están muy lejos de la ciudad y muchos llevan varios días (ahora que no me oye mi madre un irlandés se fué hace un mes y aún andan buscándole por toda la Patagonia...). Eso sí, todo está muy bien señalizado y hay campamentos cada pocos kilómetros para que los trekkers puedan hacer noche. Me refiero a los de verdad, porque luego están esos otros que para subir a una cascada de aguas cristalinas a una hora de camino casi casi asfaltado se llevan todo el equipo de superalpinista, incluída la botella esa que potabiliza el agua. Alguno hasta lleva un guía contratado
Si pudieran oir las risas que se echan los chilenos a su costa...
Y de Torres del Paine que decir, sencillamente impresionante! Pocas veces me he sentido tan pequeño, tan insignificante, y al mismo tiempo tan integrado con la Naturaleza. Es una sensación extraña, como tomar consciencia de que tus problemas no tienen la menor importancia frente al mero hecho de estar vivo. Pero más vale que me deje de espiritualidad barata y cuelgue algunas fotos para que lo flipéis! A ver si en Usuhaia lo consigo...
27 diciembre 2007
24 diciembre 2007
El Calafate y El Chaltèn
Aquì estoy, en chanclas y pantalones cortos y rodeado de guiris hambrientos esperando a que termine de hacerse ese cordero que se està cocinando ahì fuera, en el patio, con el lago y los montes nevados como telòn de fondo. Sin duda va a ser una Nochebuena un tanto atìpica para una semana en la que, a pesar de haber estado medio incomunicado, he podido disfrutar muchìsimo de la Patagonia màs salvaje y su increìble naturaleza. Asì que creo que tendrè que enrollarme un poco para contar tantas y tan buenas experiencias...
El pasado lunes (me parece ya que fuè hace una eternidad) salì desde Rìo Gallegos en un lluvioso dìa rumbo al Calafate, la antesala de los Andes y base de operaciones desde la que explorar los alerededores. Ya desde mucho antes de llegar al pueblo empiezan a verse esas impresionantes crestas nevadas y esos lagos que parecen mares y que son de un extraño y opaco color turquesa. El pueblo vive por y para el turismo, así que està lleno de restaurantes, hoteles y tiendas de souvenirs, pero aùn asì han conseguido mantener una cierta homogeneidad de casitas de madera que lo hace agradable. Asì que una vez instalado en el novìsimo y bonito albergue (fijaos que hasta he vuelto para cenar en Nochebuena...) empiezo a planear enseguida las excursiones de los pròximos dìas.
A la mañana siguiente salgo temprano para el Perito Moreno en una excursiòn organizada. Y es que, lamentablemente, no hay otra forma de conocer los glaciares. Pero a pesar de la sensaciòn de borreguismo cuando llegamos allì hay aùn poca gente y puedo extasiarme durante un buen rato delante de esa inmensidad de hielo que ofrece todas las gamas de blancos y azules posibles. Pero quizà lo que màs me impresiona es el sonido. Còmo se oyen los crujidos del glaciar avanzando lentamente y el estruendo de los pedazos de hielo que se rompen y que en muchas ocasiones no puedes ver, ya que la vista no abarca tanta inmensidad. Y como hace un dìa estupendo me animo a dar un paseìto en barco recorriendo todo el frente del glaciar que, la verdad, tampoco aporta mucho a lo ya visto.
Cuando se lo comento, los chicos del Hostel me recomiendan una excursiòn en barco por los glaciares del brazo norte del lago argentino, el Upsala, el Spegazzini y otros que no recuerdo ahora. Asì que el jueves me voy a coger el barco con un catalàn del que me he hecho coleguita y una señora argentina que, la verdad, es un pelìn plasta. Hoy el tiempo acompaña menos, pero la verdad es que la excursiòn merece mucho la pena. Las vistas desde el lago son impresionantes, y navegar entre esos icebergs que de lejos parecen pequeños, toda una experiencia. Para comer desembarcamos en la Bahìa O`Neill, junto a un bosque de lengas y frente a un laguito lleno de tèmpanos de hielo que parece sacado del Señor de los Anillos.
Y para despedirme del Calafate, un millòn de cervezas junto a Juanfran, el catalàn que resulta ser amigo de DJ Amable y al que amenazo con visitar en el pròximo Primavera Sound.
El dìa siguiente me lo tomo con calma y salgo tarde para El Chaltèn, un pueblito fundado apenas hace 20 años al pie del cerro Fitz Roy sòlo para que no se lo quedaran los chilenos, y que hoy es lugar de peregrinaciòn para alpinistas y trekkers de todo el mundo. El paisaje es acojonante y las agujas afiladas de la montaña que fuma (Chaltèn en el idioma indìgena) dominan la vista allà donde mires. El pueblecito tiene mucha mejor onda que el Calafate y esta habitado casi en exclusiva por montañeros argentinos de tinte jipioso y anglosajones completamente enfundados en goretex y otros tejidos sintèticos.
El primer dìa allì alquilo unos pantalones impermeables llenos de remiendos, me prestan unos gusntes rosas y, con mi chubasquero del año 86 y mi braga caqui en la cabeza me voy a hacer un trekking hasta el glaciar del Cerro Torre (ojo!, un cerro aquì puede tener hasta 3ooo y pico metros como es el caso...) Me acompañan dos chicos israelìes (que en ese hipotètico ranking del que hablaba en la anterior entrada ocupan un merecidìsimo ùltimo lugar...), una pareja de neoyorquinos encantadores y otra de catalanes ya maduritos que no me atrevo a describir (ella viste un mono de esquì de la època de naranjito y gorro estilo Breznev y èl el catàlogo completo de Burberrys aderezado con un "precioso" pantalòn de cuero muy adecuado para ir al glaciar). Salimos muy temprano y caminamos durante casi tres horas hasta el campamento base donde nos espera un guìa que en sì ya es todo un espectàculo. De piel curtida y rondando los cincuenta, apenas nos dirije la palabra mientras nos prueba arneses y crampones. Tiene la piel curtida y cuando camina parece hacerlo muy lentamente, pero sin embargo nos deja atràs con una facilidad asombrosa. Pero lo que màs llama la atenciòn son sus ojos, una mezcla de nobleza y fiereza que parecen màs propios de un animal. Al fin y al cabo, vive solo en el campamento casi todo el año... Pero el viento es muy fuerte y el guìa, haciendo honor a lo que sugiere su mirada, no nos deja cruzar la tirolina que nos llevarà al glaciar para evitar que nos cobren la mitad del precio estipulado por la excursiòn.
Asì que lamentablemente tenemos que regresar sin pisar el hielo. Otra vez serà!
Eso sì, me pego una cena estupenda con los neoyorquinos, que resultan trabajar ella como diseñadora de vestuario y el como tècnico de ilauminaciòn de Sexo en NY. Asì que una nueva direcciòn que espero no quede archivada por siempre...
Al dìa siguiente me voy al Fitz Roy. Hace un dìa impresionante y durante todo el camino se puede ver al fondo la mìtica montaña. No quiero enrollarme en descripciones porque no harìan justicia a tanta belleza, pero el paseo de casi cuatro horas hasta la base de la montaña es absolutamente precioso (ya lo verèis en fotos cuando pueda colgarlas...). Y cuando vuelvo al pueblo muerto de hambre me meto a comer en un restaurante y, sorpresa!, estàn poniendo el Barca-Madrid. Asì que me apuesto la cena con una pareja de catalanes (no los frikis de ayer, unos mucho màs majos que han viajado por todas partes del mundo) y... la gano! Y cuando estamos cenando aparece un suizo que conocì en Puerto Madryn y se une a nosotros invitàndonos a una botella del mejor vino argentino ya que hoy es su cumpleaños. Asì que noche perfecta!
Pero con mucho dolor tengo que abandonar el Chaltèn porque para Nochebuena està todo completo, asì que tomo el bus a las seis de la mañana para el Calafate y, cuando llego aquì, estoy tan cansado que sòlo pienso en echarme a dormir hasta hace un rato, cuando me levanto para prepararme para esta extraña cena de Nochebuena que està a punto de comenzar...
El pasado lunes (me parece ya que fuè hace una eternidad) salì desde Rìo Gallegos en un lluvioso dìa rumbo al Calafate, la antesala de los Andes y base de operaciones desde la que explorar los alerededores. Ya desde mucho antes de llegar al pueblo empiezan a verse esas impresionantes crestas nevadas y esos lagos que parecen mares y que son de un extraño y opaco color turquesa. El pueblo vive por y para el turismo, así que està lleno de restaurantes, hoteles y tiendas de souvenirs, pero aùn asì han conseguido mantener una cierta homogeneidad de casitas de madera que lo hace agradable. Asì que una vez instalado en el novìsimo y bonito albergue (fijaos que hasta he vuelto para cenar en Nochebuena...) empiezo a planear enseguida las excursiones de los pròximos dìas.
A la mañana siguiente salgo temprano para el Perito Moreno en una excursiòn organizada. Y es que, lamentablemente, no hay otra forma de conocer los glaciares. Pero a pesar de la sensaciòn de borreguismo cuando llegamos allì hay aùn poca gente y puedo extasiarme durante un buen rato delante de esa inmensidad de hielo que ofrece todas las gamas de blancos y azules posibles. Pero quizà lo que màs me impresiona es el sonido. Còmo se oyen los crujidos del glaciar avanzando lentamente y el estruendo de los pedazos de hielo que se rompen y que en muchas ocasiones no puedes ver, ya que la vista no abarca tanta inmensidad. Y como hace un dìa estupendo me animo a dar un paseìto en barco recorriendo todo el frente del glaciar que, la verdad, tampoco aporta mucho a lo ya visto.
Cuando se lo comento, los chicos del Hostel me recomiendan una excursiòn en barco por los glaciares del brazo norte del lago argentino, el Upsala, el Spegazzini y otros que no recuerdo ahora. Asì que el jueves me voy a coger el barco con un catalàn del que me he hecho coleguita y una señora argentina que, la verdad, es un pelìn plasta. Hoy el tiempo acompaña menos, pero la verdad es que la excursiòn merece mucho la pena. Las vistas desde el lago son impresionantes, y navegar entre esos icebergs que de lejos parecen pequeños, toda una experiencia. Para comer desembarcamos en la Bahìa O`Neill, junto a un bosque de lengas y frente a un laguito lleno de tèmpanos de hielo que parece sacado del Señor de los Anillos.
Y para despedirme del Calafate, un millòn de cervezas junto a Juanfran, el catalàn que resulta ser amigo de DJ Amable y al que amenazo con visitar en el pròximo Primavera Sound.
El dìa siguiente me lo tomo con calma y salgo tarde para El Chaltèn, un pueblito fundado apenas hace 20 años al pie del cerro Fitz Roy sòlo para que no se lo quedaran los chilenos, y que hoy es lugar de peregrinaciòn para alpinistas y trekkers de todo el mundo. El paisaje es acojonante y las agujas afiladas de la montaña que fuma (Chaltèn en el idioma indìgena) dominan la vista allà donde mires. El pueblecito tiene mucha mejor onda que el Calafate y esta habitado casi en exclusiva por montañeros argentinos de tinte jipioso y anglosajones completamente enfundados en goretex y otros tejidos sintèticos.
El primer dìa allì alquilo unos pantalones impermeables llenos de remiendos, me prestan unos gusntes rosas y, con mi chubasquero del año 86 y mi braga caqui en la cabeza me voy a hacer un trekking hasta el glaciar del Cerro Torre (ojo!, un cerro aquì puede tener hasta 3ooo y pico metros como es el caso...) Me acompañan dos chicos israelìes (que en ese hipotètico ranking del que hablaba en la anterior entrada ocupan un merecidìsimo ùltimo lugar...), una pareja de neoyorquinos encantadores y otra de catalanes ya maduritos que no me atrevo a describir (ella viste un mono de esquì de la època de naranjito y gorro estilo Breznev y èl el catàlogo completo de Burberrys aderezado con un "precioso" pantalòn de cuero muy adecuado para ir al glaciar). Salimos muy temprano y caminamos durante casi tres horas hasta el campamento base donde nos espera un guìa que en sì ya es todo un espectàculo. De piel curtida y rondando los cincuenta, apenas nos dirije la palabra mientras nos prueba arneses y crampones. Tiene la piel curtida y cuando camina parece hacerlo muy lentamente, pero sin embargo nos deja atràs con una facilidad asombrosa. Pero lo que màs llama la atenciòn son sus ojos, una mezcla de nobleza y fiereza que parecen màs propios de un animal. Al fin y al cabo, vive solo en el campamento casi todo el año... Pero el viento es muy fuerte y el guìa, haciendo honor a lo que sugiere su mirada, no nos deja cruzar la tirolina que nos llevarà al glaciar para evitar que nos cobren la mitad del precio estipulado por la excursiòn.
Asì que lamentablemente tenemos que regresar sin pisar el hielo. Otra vez serà!
Eso sì, me pego una cena estupenda con los neoyorquinos, que resultan trabajar ella como diseñadora de vestuario y el como tècnico de ilauminaciòn de Sexo en NY. Asì que una nueva direcciòn que espero no quede archivada por siempre...
Al dìa siguiente me voy al Fitz Roy. Hace un dìa impresionante y durante todo el camino se puede ver al fondo la mìtica montaña. No quiero enrollarme en descripciones porque no harìan justicia a tanta belleza, pero el paseo de casi cuatro horas hasta la base de la montaña es absolutamente precioso (ya lo verèis en fotos cuando pueda colgarlas...). Y cuando vuelvo al pueblo muerto de hambre me meto a comer en un restaurante y, sorpresa!, estàn poniendo el Barca-Madrid. Asì que me apuesto la cena con una pareja de catalanes (no los frikis de ayer, unos mucho màs majos que han viajado por todas partes del mundo) y... la gano! Y cuando estamos cenando aparece un suizo que conocì en Puerto Madryn y se une a nosotros invitàndonos a una botella del mejor vino argentino ya que hoy es su cumpleaños. Asì que noche perfecta!
Pero con mucho dolor tengo que abandonar el Chaltèn porque para Nochebuena està todo completo, asì que tomo el bus a las seis de la mañana para el Calafate y, cuando llego aquì, estoy tan cansado que sòlo pienso en echarme a dormir hasta hace un rato, cuando me levanto para prepararme para esta extraña cena de Nochebuena que està a punto de comenzar...
17 diciembre 2007
Rumbo al Sur
La última noche en Puerto Madryn acepté el ofrecimiento de unos holandeses (en un teórico ranking por nacionalidades, los más majetes que he encontrado hasta el momento) para ir a cenar a un restaurante del puerto. Y es que, aunque había comprado algo para cenar, apetece de vez en cuando hacerlo en compañía. Y así de paso practicar mi inglés (que parece volver poco a poco) entre marisco, risas y vino blanco patagónico. Una muy agradable velada antes de partir rumbo al Sur del Sur.
Así que a la mañana siguiente salgo hacia Comodoro Rivadavia, en el extremo sur de la provincia de Chubut. Kilómetros y kilómetros de un paisaje cada vez más extremo, donde ver un àrbol, y no digamos un pueblo, se convierte en todo un acontecimiento. Al acercarnos al destino la inmensa planicie parece plegarse en unos pocos farallones rocosos a cuyo abrigo descansa la moderna ciudad. Moderna por lo nueva, no por otra cosa, porque la verdad es que es un lugar bastante feo y aburrido cuyo mayor atractivo son las máquinas perforadoras de los pozos pretolíferos recortadas en el paisaje. Y es que fue fundada hace apenas cien años cuando, mientras buscaban agua bajo el reseco suelo, encontraron casualmente petroleo. Debe ser por ello que los precios aquí son los más altos que he encontrado hasta ahora en toda la Argentina...
A la búsqueda de algo más sugerente que llevarme a los ojos salgo al día siguiente hacia Puerto Deseado, desviándome unos 200 kilómetros de la ruta principal en dirección al este. Allí espero poder visitar el Bosque Petrificado, donde se pueden ver inmensos fósiles de árboles de hace millones de años, y los Miradores de Darwin, una lengua del mar que se introduce tierra adentro entre enormes acantilados y que cautivó al famoso científico en su viaje por estas tierras. Pero otra vez me encuentro con que no puedo ir hasta allí más que en un tour organizado, y como los únicos turistas del lugar parecemos ser un neoyorquino chiflado y yo, las opciones son pagar por cinco personas o esperar a que lleguen más turistas. Así que me dedico a recorrer los alrededores a la espera del único bus que pasa al día siguiente a las siete y media de la tarde.
Afortunadamente son mucho mejores de lo que esperaba y caminando por el borde de la ría durante más de cuatro horas puedo llegar a ver la isla de los pájaros, donde habitan miles de bicharracos alados de todo tipo, como gaviotas, cormoranes y pingüinos de penacho amarillo (por lo visto muy raros, aunque sólo los veo de lejos), que organizan un escándalo increíble entre tanto silencio. Como increíble es aquí la rapidez con que cambia el tiempo, que en lo que dura la caminata pasa de sol y calor a nubes y viento frío y vuelta al calor. Así que regreso a Puerto Deseado (sin duda un nombre optimista...) pasando por delante del autódromo y del casino que toda ciudad argentina, por pequeña que sea, tiene que tener. Surrealista!
El bus que me llevará a Rio Gallegos retrocede hasta Caleta Olivia, más de tres horas de camino hacia el norte, para luego retomar la ruta hacia el sur durante la noche. Total, más de doce horas de viaje en las que, esta vez sí, consigo dormir un poco. Rio Gallegos es la capital de la provincia de Santa Cruz y se encuentra ya casi en el límite de la Argentina continental, justo antes de llegar a la mítica Tierra de Fuego. Y aunque no deja de ser otra ciudad patagónica más, al menos conserva algunas de la viejas construcciones de chapa que dieron origen al núcleo urbano, incluída la catedral. La verdad es que no deja de ser curioso una iglesia de hojalata con el interior revestido de madera. Así deberían ser todas!
Y esta noche, antes de partir mañana hacia el Calafate, creo que probaré un guisote de cordero patagónico, que ya le tengo ganas...
Así que a la mañana siguiente salgo hacia Comodoro Rivadavia, en el extremo sur de la provincia de Chubut. Kilómetros y kilómetros de un paisaje cada vez más extremo, donde ver un àrbol, y no digamos un pueblo, se convierte en todo un acontecimiento. Al acercarnos al destino la inmensa planicie parece plegarse en unos pocos farallones rocosos a cuyo abrigo descansa la moderna ciudad. Moderna por lo nueva, no por otra cosa, porque la verdad es que es un lugar bastante feo y aburrido cuyo mayor atractivo son las máquinas perforadoras de los pozos pretolíferos recortadas en el paisaje. Y es que fue fundada hace apenas cien años cuando, mientras buscaban agua bajo el reseco suelo, encontraron casualmente petroleo. Debe ser por ello que los precios aquí son los más altos que he encontrado hasta ahora en toda la Argentina...
A la búsqueda de algo más sugerente que llevarme a los ojos salgo al día siguiente hacia Puerto Deseado, desviándome unos 200 kilómetros de la ruta principal en dirección al este. Allí espero poder visitar el Bosque Petrificado, donde se pueden ver inmensos fósiles de árboles de hace millones de años, y los Miradores de Darwin, una lengua del mar que se introduce tierra adentro entre enormes acantilados y que cautivó al famoso científico en su viaje por estas tierras. Pero otra vez me encuentro con que no puedo ir hasta allí más que en un tour organizado, y como los únicos turistas del lugar parecemos ser un neoyorquino chiflado y yo, las opciones son pagar por cinco personas o esperar a que lleguen más turistas. Así que me dedico a recorrer los alrededores a la espera del único bus que pasa al día siguiente a las siete y media de la tarde.
Afortunadamente son mucho mejores de lo que esperaba y caminando por el borde de la ría durante más de cuatro horas puedo llegar a ver la isla de los pájaros, donde habitan miles de bicharracos alados de todo tipo, como gaviotas, cormoranes y pingüinos de penacho amarillo (por lo visto muy raros, aunque sólo los veo de lejos), que organizan un escándalo increíble entre tanto silencio. Como increíble es aquí la rapidez con que cambia el tiempo, que en lo que dura la caminata pasa de sol y calor a nubes y viento frío y vuelta al calor. Así que regreso a Puerto Deseado (sin duda un nombre optimista...) pasando por delante del autódromo y del casino que toda ciudad argentina, por pequeña que sea, tiene que tener. Surrealista!
El bus que me llevará a Rio Gallegos retrocede hasta Caleta Olivia, más de tres horas de camino hacia el norte, para luego retomar la ruta hacia el sur durante la noche. Total, más de doce horas de viaje en las que, esta vez sí, consigo dormir un poco. Rio Gallegos es la capital de la provincia de Santa Cruz y se encuentra ya casi en el límite de la Argentina continental, justo antes de llegar a la mítica Tierra de Fuego. Y aunque no deja de ser otra ciudad patagónica más, al menos conserva algunas de la viejas construcciones de chapa que dieron origen al núcleo urbano, incluída la catedral. La verdad es que no deja de ser curioso una iglesia de hojalata con el interior revestido de madera. Así deberían ser todas!
Y esta noche, antes de partir mañana hacia el Calafate, creo que probaré un guisote de cordero patagónico, que ya le tengo ganas...
13 diciembre 2007
Puerto Madryn
Bichos, bichos y más bichos. Esos han sido los protagonistas de estos días aquí, en Puerto Madryn, que al final van a ser más de los previstos. Y es que esta ciudad, que ha crecido espectacularmente los últimos años gracias al turismo, resulta un lugar muy agradable para pasar unos días de relax, con una buena playa, buenos servicios y un montón de excursiones para hacer. Así que, cambiando otra vez los planes iniciales, me quedaré una noche más para dedicarme a cuestiones logísticas y... a tomar el sol en la playa. Por que lo de bañarse es sólo para los muy valientes.
Mi primer día aquí fuí, en un tour organizado, a Península Valdés. Un minibus recoge temprano en la ciudad a todos los mochileros y los lleva hasta allá, recorriendo más de 200 kilómetros de carreteras, gran parte de ellas de ripio. La primera parada es Punta Norte, donde habita una gran colonia de elefantes marinos, que en este tiempo están alimentando a sus crías. La lástima es que los grandes machos ya no están aquí, y no quiero pensar en su tamaño viendo el de las hembras y los juveniles tirados como sacos al sol. Así que pasamos allí un buen rato disfrutando de la vista espectacular y esperando sin éxito -que crueldad- que alguna orca se acerque a la playa para alimentarse con algún elefantito. Luego continuamos viaje hasta Puerto Pirámides, el único pueblo de la península y desde el que salen las embarcaciones para avistar ballenas francas. Y nada más zarpar, como si nos estuviera esperando, vemos un enorme ejemplar con su ballenato a apenas diez metros de nosotros. Y allí se queda, exhibiendo su cola cada poco, durante más de diez minutos. Es alucinante! Te quedas como cuando miras el fuego en una chimenea. Completamente embobado.
El día siguiente me lo tomo con tranquilidad y alquilo una bici para ir a una playa cercana donde hay un pequeño grupo de lobos marinos, de una especie mucho mayor que los que ví en Uruguay y también conocidos como leones marinos por la melena que lucen sus machos. Dicen que incluso se ven ballenas muy cerca de la costa desde allí, pero no hay suerte. En cambio a la vuelta, pedaleando por lo que parece un lugar dcompletamente desértico, puedo ver muy cerca de mí grandes grupos de guanacos, maras (o liebres patagónicas) e incluso una hembra de ñandú con un montón de crías corriendo detrás de ella. Me recuerdan al correcaminos de los dibujos animados...
El día de ayer fué el de las toninas y los pingüinos. Esta vez vamos hacia el sur para hacer la primera parada en Playa Unión, el puerto más cercano a Rawson, capital de la provincia de Chubut. De ahí tomamos una zodiac y en pocos minutos tenemos nadando alrededor nuestro a una velocidad endiablada a un monton de pequeños delfines blancos y negros, las toninas, que juegan con la embarcación. Son muy divertidas, pero sin duda la estrella de la mañana es un lobo marino despistado que aparece por allí, creyendo seguro que somos un barco pesquero, y se asoma curioso al interior de la barca buscando algo de comer. A veces parece incluso querer subir adentro! Luego continuamos hasta Punta Tombo, a más de 200 kilómetros de Puerto Madryn, donde habita la mayor colonia de pingüinos de Magallanes del planeta. Nos cuentan que este ha sido un buen año para ellos y que hay más de 250.000 individuos. Peo hasta que no llegas allí no te lo crees. Hay pingüinos por todas partes! Durmiendo a la sombra de un arbusto, yendo y viniendo por la arena camino de la playa, nadando en el mar... Y te los cruzas por el camino como quien se cruza con el vecino en el portal! Eso sí, según indican los carteles, hay que cederles el paso...
En cuanto "actualice" mi espacio en flickr, que ya está lleno, y seleccione entre los dos millones de fotos de bichos, colgaré unas cuantas. Más National Geographic en próximos capítulos.
Mi primer día aquí fuí, en un tour organizado, a Península Valdés. Un minibus recoge temprano en la ciudad a todos los mochileros y los lleva hasta allá, recorriendo más de 200 kilómetros de carreteras, gran parte de ellas de ripio. La primera parada es Punta Norte, donde habita una gran colonia de elefantes marinos, que en este tiempo están alimentando a sus crías. La lástima es que los grandes machos ya no están aquí, y no quiero pensar en su tamaño viendo el de las hembras y los juveniles tirados como sacos al sol. Así que pasamos allí un buen rato disfrutando de la vista espectacular y esperando sin éxito -que crueldad- que alguna orca se acerque a la playa para alimentarse con algún elefantito. Luego continuamos viaje hasta Puerto Pirámides, el único pueblo de la península y desde el que salen las embarcaciones para avistar ballenas francas. Y nada más zarpar, como si nos estuviera esperando, vemos un enorme ejemplar con su ballenato a apenas diez metros de nosotros. Y allí se queda, exhibiendo su cola cada poco, durante más de diez minutos. Es alucinante! Te quedas como cuando miras el fuego en una chimenea. Completamente embobado.
El día siguiente me lo tomo con tranquilidad y alquilo una bici para ir a una playa cercana donde hay un pequeño grupo de lobos marinos, de una especie mucho mayor que los que ví en Uruguay y también conocidos como leones marinos por la melena que lucen sus machos. Dicen que incluso se ven ballenas muy cerca de la costa desde allí, pero no hay suerte. En cambio a la vuelta, pedaleando por lo que parece un lugar dcompletamente desértico, puedo ver muy cerca de mí grandes grupos de guanacos, maras (o liebres patagónicas) e incluso una hembra de ñandú con un montón de crías corriendo detrás de ella. Me recuerdan al correcaminos de los dibujos animados...
El día de ayer fué el de las toninas y los pingüinos. Esta vez vamos hacia el sur para hacer la primera parada en Playa Unión, el puerto más cercano a Rawson, capital de la provincia de Chubut. De ahí tomamos una zodiac y en pocos minutos tenemos nadando alrededor nuestro a una velocidad endiablada a un monton de pequeños delfines blancos y negros, las toninas, que juegan con la embarcación. Son muy divertidas, pero sin duda la estrella de la mañana es un lobo marino despistado que aparece por allí, creyendo seguro que somos un barco pesquero, y se asoma curioso al interior de la barca buscando algo de comer. A veces parece incluso querer subir adentro! Luego continuamos hasta Punta Tombo, a más de 200 kilómetros de Puerto Madryn, donde habita la mayor colonia de pingüinos de Magallanes del planeta. Nos cuentan que este ha sido un buen año para ellos y que hay más de 250.000 individuos. Peo hasta que no llegas allí no te lo crees. Hay pingüinos por todas partes! Durmiendo a la sombra de un arbusto, yendo y viniendo por la arena camino de la playa, nadando en el mar... Y te los cruzas por el camino como quien se cruza con el vecino en el portal! Eso sí, según indican los carteles, hay que cederles el paso...
En cuanto "actualice" mi espacio en flickr, que ya está lleno, y seleccione entre los dos millones de fotos de bichos, colgaré unas cuantas. Más National Geographic en próximos capítulos.
09 diciembre 2007
Viedma y Carmen de Patagones
No hay mucho nuevo que contar dese la última vez, pero ya que tengo internet gratis en el Hostel de Puerto Madryn... Y por cierto, menuda diferencia con los otros en que he estado! Cómo se nota que aquí si que hay una fuerte industria turística gracias a las ballenas y otros animalitos! Pero bueno, aún acabo de llegar y lo que toca es contar el tranquilo fin de semana en Viedma y su hermana Carmen de Patagones.
Viedma es la capital de la provincia del Río Negro, a cuya orilla se levanta, justo enfrente de Carmen de Patagones, la última ciudad de la enorme provincia de Buenos Aires y primer asentamiento de los colonos en la Patagonia. Conectadas entre sí por un precioso puente de hierro de principios de siglo, la mayoría de la población usa sin embargo unas lanchitas que cruzan el inmenso río de un lado a otro cada pocos minutos. Y es que a diferencia de otras ciudades argentinas, estas dos sí que viven de cara a su costanera, con una gran zona ajardinada y de baño que el sábado por la mañana está repleta de familias y niños.
Y también a diferencia de otras ciudades, Viedma está bastante cuidada y sorprendentemente limpia para los estándares habituales acá. Aunque quizá los mayores atractivos turísticos están en su vecina de la rivera norte, una ciudad con una rica historia donde, sin embargo, el tiempo y las sucesivas crisis económicas parecen haber dejado mayor huella. Aún así, parece ir despertando poco a poco y ya pueden verse algunas curiosa galerías de arte o restaurantes más o menos enfocados al aún escaso turismo. En uno de ellos, la antigua tasca del puerto hoy rehabilitada, disfruto de una buenísima pizza al horno de leña y de un buen concierto de jazz que ni loco esperaba encontrar aquí.
Lo que no encuentro ni a tiros es un cohe de alquiler que me permita recorrer un camino costero que hay al sur de Viedma y que tiene muy buena pinta. Son casi 200 kilómetros de imponentes acantilados, reservas de lobos marinos y ni un sólo pueblo en el camino, por lo que sólo puede hacerse en vehículo privado. Pero me quedo con las ganas y como hace un viento de mil demonios y no hay mucho más que ver aquí tomo un bus que me lleve a Puerto Madryn. Son siete horas de un viento increíble que hace que el bus de dos pisos se bamboleé a lo largo de las larguísimas rectas y que el desolador paisaje del exterior lo parezca aún más, entre nubes de polvo y solitarios árboles medio resecos a punto de quebrar.
Pero ya estoy aquí, ya hora lo que importa es tener suerte y ver las ballenas...
07 diciembre 2007
Cruzando La Pampa
Otra semana de esas de transición. O mejor dicho, de autobuses, mochila y hoteles baratos. Ahora mismo escribo desde la estación de Bahía Blanca, una ciudad al Sur de la provincia de Buenos Aires, mientras decido si voy del tirón a Península de Valdés o hago noche en Viedma, a mitad de camino, siguiendo los consejos de la dueña del precioso Café Histórico (un lugar lleno de cachivaches antiguos de toda clase) donde cené anoche. Pero bueno, aún falta más de una hora para que llegue el "colectivo", así que tengo tiempo de decidirme mientras os cuento...
Salí el lunes a medianoche de Córdoba en lo que iba a ser mi primer viaje nocturno. Y aunque los autobuses de larga distancia son aquí increíblemente cómodos, y viajando de noche se ahorra tiempo y dinero, no creo que repita si no es necesario. Y es que cómo envidio a esa gente que ronca como un lirón en cualquier sitio, ya sea en un bus a tres grados bajo cero o en el albergue mientras los del habitación de al lado se corren la juerga padre. Tendré que comprar dormidina!
Pero bueno, tampoco fue tan terrible... Algo pude dormir. Y mientras estaba medio despierto tuve la suerte de poder contemplar el soberbio espectáculo de una tormenta eléctrica como no había visto en la vida. Imaginaos viajando en la oscuridad y el silencio más absolutos, rotos cada pocos segundos por el latigazo de los rayos que caen por todas partes, iluminando la extensa y planísima extensión de La Pampa. Y todo durante más de dos horas y sin caer una gota de agua! Sobrecogedor.
Como Santa Rosa, la capital de la provincia. Sólo que esta sobrecoge por su absoluta falta de... todo. Bueno, no hay que exagerar, tiene la antigua estación de tren hoy abandonada que languidece frente a mi hotel, el brutal edificio de la gobernación al comienzo de la calle principal (donde soy testigo de la gran animación que provoca una manifestación antiabortista), y una bonita laguna al final de la calle principal desde la que veo atardecer. Ah!, y un según parece interesante Parque Natural a 200 y pico kilómetros, al que por más que lo intento no encuentro forma humana de llegar. Salvo por medio de un bus que me dejaría allí a las tres de la mañana y donde nadie es capaz de asegurarme si el único alojamiento posible, que no tiene teléfono, está abierto o no. Así que decido seguir rumbo al Sur al día siguiente.
Paso gran parte del día de viaje y cuando por fin llego a Bahía Blanca no encuentro ni una sola cama libre cerca del centro. Al final, tras un buen rato, encuentro una habitación en un hotel un tanto sospechoso... que al final no resulta serlo tanto. Y es que Bahía, como ciudad portuaria que es, tiene fama por sus "mujeres de mal vivir". Y como ciudad portuaria, pero extrañamente dispuesta de forma completamente ajena al mar, tiene una importante actividad comercial y una vida en la calle que después de Santa Rosa me parece la de Tokyo. Pero tampoco hay mucho que ver, así que tomo un bus al puerto de Ingeniero White, a unos cinco kilómetros del centro y visito un curiosísimo museo ferroviario donde se exhiben las piezas de los trenes desguazados y las herramientas utilizadas en su contrucción y mantenimiento... antes de su casi total desmantelamiento. Muy, muy didáctico. Como didácticas son las explicaciones de la familia que regenta el kiosquito donde -por fín- como un rico pescado, sobre como las empresas extranjeras han privatizado el puerto casi en su totalidad, echando de allí a los pescadores y llevando a aquel lugar la decadencia que se respira en sus calles.
03 diciembre 2007
Alrededores de Córdoba
A lo tonto ya llevo una semana aquí, así que, antes de meterme entre pecho y espalda 16 horas de autobús rumbo al Sur, voy a tratar de contaros como han transcurrido mis últimos días en Córdoba.
Tras algún -necesario- día de relax sin nada reseñable, salvo un conciertillo de uno de los ex-miembros de los Fabulosos Cadillacs en un "boliche" cercano al albergue y que empezó pasadas las dos de la mañana (y nos quejamos de los horarios de la sala El Sol), dedico el fin de semana a explorar algunos de los muchos lugares de interés cercanos a la capital. La verdad es que hubiera sido mucho mejor hacerlo con un coche, pero alquilarlo solo resulta caro (y ya reventé el presupuesto con el paracaidismo) y los colegas del albergue prefieren gastarse su modesto presupuesto en diarias juergas nocturnas que a veces me hacen sentir muuuy mayor.
Así que el sábado tomo un pequeño bus en la estación local que me lleva hasta Alta Gracia, una ciudad no demasiado especial si no fuera porque poseé la mejor conservada de las Haciendas Jesuíticas de Argentina, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. Alberga un pequeño museo que explica muy bien las difíciles condiciones de vida en la época y, más impresionante aún, como construyeron la Iglesia y el enorme estanque que servía para el regadío de todo el complejo y que aún hoy preside el pueblo.
Pueblo que tiene entre sus más ilustres ex-habitantes al Ché Guevara, quién vino aquí cuando era niño buscando un clima benigno que aliviase sus crisis asmáticas. Y Manuel de Falla, quien también llegó huyendo de una profunda crisis, en este caso política, que presagiaba el inicio de la Guerra Civil Española.
Todavía con cierta emoción por haber visitado las casas museo de estos dos personajes (especialmente en el caso del Ché, y es que a pesar de la absoluta banalización de su figura, aún merece la pena creer en algo...no?), tomo otro bus rumbo al sur. En concreto a Villa General Belgrano, un pequeño pueblo enclavado en mitad de la sierra y fundado a principios de siglo por inmigrantes centroeuropeos, sobre todo alemanes y suizos. Así que, sorprendentemente, lo que allí encuentro son casitas de madera de aire alpino, carteles escritos en caracteres germánicos y fábricas de cerveza artesanal. Y es que, como si estuviéramos en Munich, en octubre se celebra aquí un concurrido Festival de la Cerveza. Y aunque el pueblo en sí no tiene mucho que ofrecer, las vistas en el camino de vuelta, a través de suaves montañas y bordeando infinidad de laguitos, merecen mucho la pena.
El domingo me dirijo hacia el Norte, a la localidad de La Cumbre. Un lugar al que los cordobeses van habitualmente los fines de semana y en el que se puede montar a caballo, hacer parapente, pasear con un 4x4... y un montón de actividades relacionadas con la naturaleza. Pero yo hoy escojo la opción económica y me voy simplemente a caminar, aprovechando que no hace tanto calor como los días pasados. Primero asciendo por un curioso via crucis hasta un Cristo Redentor situado en lo alto de una colina, y como sabe a poco continúo hasta una preciosa laguna situada a unos cinco kilómetros del pueblo. Pero a la vuelta tengo la gran idea de volver por el camino "alternativo" que señala el mapa, y tras pasar un par de puntos "conflictivos" que ya vereis en las fotos, y cuando ya había recorrido la mitad del camino, me encuentro con la valla de una propiedad privada que parece la mansión escondida de un narco y... media vuelta hasta la laguna.
Pero en un alarde de masoquismo rauliano, en vez de desandar el camino hasta La Cumbre, decido bajar hasta La Falda, el pueblito anterior, siguiendo el llamado Camino de los Artesanos, unos 10 kilómetros salpicados de granjas ecológicas, puestecillos "jipiosos" y, afortunadamente, un par de barecillos donde repostar.
Consecuencia: llego a Córdoba muy tarde, con 25 kilómetros en las piernas y el cuello de un precioso color rubí. Así que podéis imagnar a que he dedicado el día de hoy. Espero que a pesar de ello pueda dormir esta noche en el bus rumbo a la Patagonia...
Tras algún -necesario- día de relax sin nada reseñable, salvo un conciertillo de uno de los ex-miembros de los Fabulosos Cadillacs en un "boliche" cercano al albergue y que empezó pasadas las dos de la mañana (y nos quejamos de los horarios de la sala El Sol), dedico el fin de semana a explorar algunos de los muchos lugares de interés cercanos a la capital. La verdad es que hubiera sido mucho mejor hacerlo con un coche, pero alquilarlo solo resulta caro (y ya reventé el presupuesto con el paracaidismo) y los colegas del albergue prefieren gastarse su modesto presupuesto en diarias juergas nocturnas que a veces me hacen sentir muuuy mayor.
Así que el sábado tomo un pequeño bus en la estación local que me lleva hasta Alta Gracia, una ciudad no demasiado especial si no fuera porque poseé la mejor conservada de las Haciendas Jesuíticas de Argentina, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. Alberga un pequeño museo que explica muy bien las difíciles condiciones de vida en la época y, más impresionante aún, como construyeron la Iglesia y el enorme estanque que servía para el regadío de todo el complejo y que aún hoy preside el pueblo.
Pueblo que tiene entre sus más ilustres ex-habitantes al Ché Guevara, quién vino aquí cuando era niño buscando un clima benigno que aliviase sus crisis asmáticas. Y Manuel de Falla, quien también llegó huyendo de una profunda crisis, en este caso política, que presagiaba el inicio de la Guerra Civil Española.
Todavía con cierta emoción por haber visitado las casas museo de estos dos personajes (especialmente en el caso del Ché, y es que a pesar de la absoluta banalización de su figura, aún merece la pena creer en algo...no?), tomo otro bus rumbo al sur. En concreto a Villa General Belgrano, un pequeño pueblo enclavado en mitad de la sierra y fundado a principios de siglo por inmigrantes centroeuropeos, sobre todo alemanes y suizos. Así que, sorprendentemente, lo que allí encuentro son casitas de madera de aire alpino, carteles escritos en caracteres germánicos y fábricas de cerveza artesanal. Y es que, como si estuviéramos en Munich, en octubre se celebra aquí un concurrido Festival de la Cerveza. Y aunque el pueblo en sí no tiene mucho que ofrecer, las vistas en el camino de vuelta, a través de suaves montañas y bordeando infinidad de laguitos, merecen mucho la pena.
El domingo me dirijo hacia el Norte, a la localidad de La Cumbre. Un lugar al que los cordobeses van habitualmente los fines de semana y en el que se puede montar a caballo, hacer parapente, pasear con un 4x4... y un montón de actividades relacionadas con la naturaleza. Pero yo hoy escojo la opción económica y me voy simplemente a caminar, aprovechando que no hace tanto calor como los días pasados. Primero asciendo por un curioso via crucis hasta un Cristo Redentor situado en lo alto de una colina, y como sabe a poco continúo hasta una preciosa laguna situada a unos cinco kilómetros del pueblo. Pero a la vuelta tengo la gran idea de volver por el camino "alternativo" que señala el mapa, y tras pasar un par de puntos "conflictivos" que ya vereis en las fotos, y cuando ya había recorrido la mitad del camino, me encuentro con la valla de una propiedad privada que parece la mansión escondida de un narco y... media vuelta hasta la laguna.
Pero en un alarde de masoquismo rauliano, en vez de desandar el camino hasta La Cumbre, decido bajar hasta La Falda, el pueblito anterior, siguiendo el llamado Camino de los Artesanos, unos 10 kilómetros salpicados de granjas ecológicas, puestecillos "jipiosos" y, afortunadamente, un par de barecillos donde repostar.
Consecuencia: llego a Córdoba muy tarde, con 25 kilómetros en las piernas y el cuello de un precioso color rubí. Así que podéis imagnar a que he dedicado el día de hoy. Espero que a pesar de ello pueda dormir esta noche en el bus rumbo a la Patagonia...
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