Salí de Puerto Natales rumbo a Usuhaia hace ya casi una semana. El viaje es largo y tedioso, pero me hace ilusión cambiar de año en la ciudad más austral del planeta y eso requiere un esfuerzo... Así que tras catorce horas de viaje que incluyen un cambio de bus, dos cruces de la frontera chileno-argentina, y un corto trayecto en ferry a través del Estrecho de Magallanes llego a mí destino ya bien entrada la noche. Quiero decir que son más de las diez, porque aquí, en esta época del año hay luz hasta pasadas las doce de la noche y amanece apenas a las cinco.
Así que busco un Hostel que me han recomendado y duermo como un bebé agotado del viaje y aún renqueante de mi resfriado...
A la mañana siguiente, ya muy recuperado pero aún no lo suficiente como para poner mi organismo a prueba, sigo el manual del turista perfecto y, tras un paseíto de inspección por la ciudad, me apunto a una excursión en catamarán por el Canal de Beagle para ver el famoso Faro del Fin del Mundo. Es un barco grande y lleno de turistas, pero la vista de la ciudad desde el mar, totalmente rodeada de montañas nevadas, es realmente impresionante... y además el café es gratis! Eso sí, los lobos marinos y los pingüinos ya no impresionan tanto después de verlos por miles en Península Valdés.
Y por la tarde una visita al presidio de Usuhaia, hoy convertido en museo, donde durante años se enviaba a los presos más peligrosos de Argentina, y a otros que no lo eran tanto pero que discrepaban con el gobierno de turno. Allí coincido con un grupo de españoles que resultan ser tripulantes de un barco militar en misión científica a la Antártida. Me invitan a tomar una cerveza con ellos en un local que conocen (vienen cada año por aquí) y que resulta ser de muy dudosa reputación. Pero las chicas que en el trabajan deben tener nociones de psicología y la verdad es que, afortunadamente, apenas se me acercan. Así que cuando están muy ocupados en sus "investigaciones" apuro mi cerveza y me escaqueo, aunque lo cierto es que el ambiente es menos sórdido de lo que uno pudiera imaginar...
El domingo toca ir al Parque Natural de Tierra del Fuego, pero como no hace muy buen tiempo me inclino por el camino más fácil, que aún así lleva más de tres horas y que discurre entre el canal y la cordillera. Así que mires donde mires las vistas te dejan con la boca abierta. Aquí la vegetación es mucho más espesa que en el resto de la Patagonia y entre el verde oscuro del bosque destacan los ocres y amarillos de las turberas que ocupan los antiguos lechos glaciares. Hay conejos por todas partes, gansos que deben pesar quince kilos, cisnes de cuello negro e incluso veo algún zorro. Pero me quedo con las ganas de ver esos castores traídos de Canada capaces de arrasar enormes áreas de bosque y que constituyen la gran plaga de Tierra del Fuego. Ya de vuelta en el albergue me voy a cenar con mis compis de cuarto, una pareja de ingleses de viaje por el mundo antes de establecerse definitivamente en Nueva Zelanda.
El día 31 me apunto a otro tour en barco por el Canal de Beagle. Pero este muy diferente a que hice un par de días atrás. Es un velero en el que sólo vamos diez personas que nos lleva a una pequeña isla donde somos los únicos turistas. Allí el capitán, un tipo que realmente parece disfrutar de su trabajo, nos explica todo lo referente a la geología, la flora y la fauna del lugar, especialmente sobre la enorme colonia de cormoranes que allí habita. A bordo coincido con una australiana ya talludita que se ha recorrido medio mundo y a una chica alemana que está en ello, así que como los tres andamos solos, quedamos por la noche para despedir el año juntos en mi albergue.
Allí cada uno prepara algo de comer y yo lo intento con una megatortilla de patatas de doce huevos que se queda pegada a la mugrienta sartén y que tiene un aspecto deplorable, pero aún así vuela en cuestión de minutos, así que no debe estar tan mala... Los que si están mal son algunos de los habitantes del hostel, que ya antes de las doce duermen la mona tirados en el suelo o abrazados a la taza del water (literal). Yo me porto bien y tras un par de copillas en la disco me voy a dormir a eso de las cuatro.
Y es que el día uno mis nuevas amigas y yo hemos quedado con una argentina y un suizo que también están en mi albergue para alquilar un coche y recorrer los alrededores de Usuhaia. Las chicas no quieren conducir y el suizo no tiene carnet, así que me toca hacerlo a mí, pero la verdad es que me apetece conducir por los caminos de tierra de la isla. Así que me chupo trescientos kilómetros al volante mientras la alemana y la australiana duermen y el suizo (un tipo de dosxdos que ha cruzado los USA en bicicleta y escalado el Aconcagua) trata desesperádamente de ligarse a la argentina. Menos mal que ésta resulta ser muy maja y me da conversación mientras el otro no para de contarle sus innumerables hazañas (entre ellas comerse la misma cantidad de asado que los otros cuatro juntos, qué bestia!). Eso sí, todos los parajes que atravesamos, como siempre en estas tierras, son absolutamente acojonantes.
Me hubiera gustado quedarme al menos un día más en Usuhaia, pero tengo que hacer un cambio de bus en Punta Arenas y no puedo arriesgarme a perderlo y perder también el barco, así que me voy el 2 temprano y, tras sin duda el peor trayecto que he hecho hasta ahora (voy comiendo polvo y rodeado de mochilas durante doce horas), llego a Puerto Natales a última hora de la tarde.
La verdad es que esta ciudad tiene su punto. A pesar de ser la base para todos los excursionistas que van a Torres del Paine y poder encontrar en ella todos los servicios, mantiene aún cierta "autenticidad" que no se encuentra ya en Usuhaia. En cambio sí puedes encontrar dos o tres barcitos muy chulos donde pasar un día de paso como el de hoy o, si tienes pasta, un increíble hotel construído a la manera más o menos tradicional, pero con un pedazo de spa en la azotea con vistas a la bahía que te caes de espaldas. Si alguno tiene interés creo que se llama Indigo y tiene web propia. Yo espero hospedarme en èl la próxima vez que recorra los fiordos chilenos...
03 enero 2008
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