24 marzo 2008

Copacabana - La Paz

Joder, para no gustarme La Paz esta es la tercera ocasión que recalo en esta ciudad... Eso sí, esta vez he decidido cambiar de hotel para no morirme de frío y he recalado en uno de la zona baja de la ciudad. Un barrio residencial, moderno, con altos edificios de oficinas, tiendas más o menos finas y bares y restaurantes estilo "europeo". Eso sí, si caminas dos cuadras y te acercas hasta el puente que salva el cañadón que atraviesa la ciudad, puedes ver allí abajo las chabolas casi colgando del barranco, en un equilibrio que parece pero que muy inestable.
Obviando este pequeño detalle hoy me he dedicado a hacer algunas compras e incluso e ido al cine... por primera vez en cinco meses! Y por cierto, tampoco los bolivianos doblan las películas. A ver si aprendemos!


Cuando voy hacia el cine y me encuentro de frente con una multitud ocupando la calle pienso... quienes serán esta vez? Los estudiantes como en la primera...? los mineros como en la segunda?... seguro que ahora les toca a los campesinos?... Pero no, pronto veo a unos tipos con capuchas moradas portando una virgen y me doy cuenta de que es una pacífica procesión. Eso sí, tras ellos van muchos más vestidos de verde y ataviados con extraños gorros que parecen prusianos. Son militares, que de paso aprovechan para "celebrar", no sé muy bien por qué, la pérdida del mar de Bolivia a manos de Chile hace ya más de 100 años (no os preocupéis, yo tampoco lo sabía hace unos meses). Cuando me entero que en un rato va a venir Evo Morales pienso en quedarme a saludarle, pero sin duda prefiero el peinado de Tim Burton.

Tonterías aparte, ayer regresé de Copacabana huyendo precisamente de las celebraciones de Semana Santa, a pesar de que fue eso mismo lo que fuí a buscar a orillas del lago Titicaca. Y es que la afluencia de peregrinos es mucho mayor de lo que me esperaba y el pequeño y tranquilo pueblito al que llegué hace unos días se convierte en un hervidero de gente que lo inunda todo con sus tenderetes de comida, sus puestecitos de artesanía y sus vetustas furgonetas. Lo malo es que junto a ellos llegan también todos los carteristas de La Paz y un buen número de sus muchos borrachos, que tras honrar a Nuestro Señor Jesucristo se dedican a hacer lo mismo, incluso con mayor devoción, con Nuestra Señora la Botella. Aunque el mayor motivo de mi huída, sinceramente, ha sido que quisieran cuadruplicarme el precio de la habitación...


Pero bueno... como decía, cuando llegué a Copacabana (nada que ver con la playa de Brasil) me encontré con un agradable pueblito, el más grande de la parte boliviana del lago Titicaca, muy turístico pero bastante acogedor. Hay algunos hoteles terríblemente feos a orilla del lago, pero la vista sobre éste compensa con creces ciertos atentados estéticos. Allí mismo, junto a los patinetes de alquiler y los barquitos para las excursiones turísticas hay varios "gringo-cafés" que ofrecen comida internacional (se agradece un descanso de la puramente boliviana...) y música "occidental" (no digamos de ésta...). En uno de ellos, tras cenar una rica trucha de uno de los muchos criaderos del lago, asisto a un estupendo concierto de guitarra y percusión de unos argentinos que andan por allí vendiendo bisutería.

A la mañana siguiente, alentado por los consejos de éstos, me decido a ir a la Isla del Sol por mis propios medios. No, no es que vaya a ir nadando, pero no me apetece ir en el típico tour para turistas que regresa por la tarde, así que cojo el equipaje mínimo imprescindible y me voy caminando hasta Yampupata, el último y minúsculo pueblito en la punta de una estrecha península que se adentra en el lago. Son casi cuatro horas de camino sin cruzarme más que a algún campesino de la zona, pero se me hace corto disfrutando de las increíbles vistas que se me ofrecen. Allí, en Yampupata, un pescador se brinda "amablemente" a llevarme a la isla por 50 bolivianos, lo que para ellos es un buen dinero. Aunque sólo tiene sólo 29 años, parece mucho mayor que yo, y dice que sí no fuera por sus tres hijos pequeños emigraría a España. No sé que decirle cuando me pregunta si es una buena idea...


La Isla del Sol es un lugar sagrado para los incas, que creen que allí y en la vecina y más pequeña Isla de la Luna tiene su origen el mundo. En estas dos islas vivían, según la cultura Tiwanaku, antecesora de la incaica, los hermanos-esposos de los que desciende todo el resto de la humanidad. Hay allí varios restos arqueológicos importantes, como el templo de Pilko Kaina, dedicado al Sol, donde me deja la barquita. De allí hay que trepar (pues la orografía de la isla es bastante accidentada) hasta Yumani, la población más grande de la isla y donde, sorprendentemente, hay un montón de alojamientos disponibles. Y lo peor es que están construyendo muchos más. Quizá demasiados...

Todo el pueblo se organiza a ambos lados de un empinadísimo camino de piedra
construído por los incas y que en su último tramo se convierte en una terrorífica escalera que llega hsta el lago y a cuyo lado discurre una fuente en perfecto estado de funcionamento casi 2000 años después. No hay mucho que hacer en Yumani excepto pasear y yo ya lo he hecho bastante por hoy, así que me dedico a esperar el anochecer desde la terraza de mi habitación, y entonces comprendo por que llaman a la pequeña Isla de la Luna con ese nombre. Parece como si poco a poco el blanco astro emergiera de ese pedazo de tierra para iluminarlo todo. Al menos en una noche de luna llena como ésta. Espectacular!


Y no menos espectacular es el amanecer, cuando parto hacia Challapampa, en el norte de la isla, para llegar a tiempo de coger el barco de regreso a Copacabana. Son algo más de dos horas de recorrido que discurren en gran parte por un camino inca que se ve salpicado por algunos pequeños restos arqueológicos no demasiado impresionantes, la verdad. Eso sí, al final del camino, casi en el extremo norte de la isla hay una explanada donde se levanta una mesa de sacrificios, justo frente a la roca sagrada donde con algo de esfuerzo e imaginación aún puede verse un enigmático rostro tallado. Un poco más allá, los restos de una gran construcción en forma de laberinto de la que se desconoce su utilidad aumentan la sensacíón de misterio del lugar. No hay nadie más allí y realmente siento algo especial que no sé como describir...

Cuando por fin llego a Challapampa quedan casi dos horas para que salga el barco, así que me tumbo en la arena de una de las pocas playas de la Isla del Sol a tomar un poco el ídem junto a una Inca-Cola. En el barquito coincido con dos profesores jubilados bolivianos con los que durante el largo trayecto analizamos la política internacional y de nuestros respectivos países (me río yo de la "crispación" en España comparada con la de aquí). Y al llegar a Copacabana de nuevo me encuentro el mogollón, así que "disfruto" de la procesión del Viernes Santo (o era el jueves?) y me vuelvo a La Paz al día siguiente, sentado junto a un autobusero que parece divertirse asustando a los peregrinos rezagados que vienen en sentido contrario, especialmente a los que lo hacen en bicicleta. Están locos estos bolivianos!


Ah!, por cierto, he colgado un montón de fotos en Flickr, por si alguien tiene curiosidad. En cuanto pueda pego aquí algunas...

1 comentario:

Jose Raul Espin dijo...

Excelente relato Raul,deberias haberte dedicado a escribir, la arquitectura podia ser una excelente linea a seguir.