31 marzo 2008

Cochabamba, Santa Cruz y... Madrid.

Salí de La Paz hace ya màs de una semana. Definitivamente abandono aquella ciudad que, como las de Calvino, parece imposible. Aunque lamentablemente no es rumbo a Perú como tenía pensado, si no hacia las provincias "disidentes" del Oriente boliviano. Y es que en Santa Cruz, capital de la enorme región del mismo nombre, se pueden encontrar más y más baratos vuelos a Europa, donde por causas ajenas a mi voluntad tengo que regresar antes de lo previsto. Sería largo y tedioso detallarlas, pero como casi todo en esta vida, tienen que ver con el vil metal. Ese que los españoles se llevaban de aquí hace algunos siglos y que luego acababa en manos de piratas ingleses o banqueros holandeses...


Pero más o menos a mitad del largo camino entre La Paz y Santa Cruz queda la ciudad de Cochabamba, bautizada por los españoles como Oropesa y que jugó un papel fundamental en la independencia de Bolivia (y de toda Amèrica Latina) de la corona española. Así que, aprovechando al màximo mis últimos días de viaje, decido hacer una escala técnica en esta histórica ciudad. Llego allí tras más de siete horas de viaje desde el altiplano paceño, y cuando llego es tarde y no tengo ganas de andar buscando alojamiento, así que me quedo en un hotelito enfrente mismo de la estación, en una zona aparentemente no muy recomendable. Sin embargo la habitación es mucho mejor de la habitual y hasta puedo darme un reconfortante baño nocturno en una piscina situada en el patio trasero del hotel.

A la mañana siguiente, ya recuperado, me lanzo a recorrer las calles de la ciudad con la avidez del que sabe que ya le queda poco tiempo para hacerlo. Visito el viejo cabildo, algún pequeño museo, los cafés más inspiradores y hasta una fantástica librería donde un venerable ancianito al que pido consejo me recomienda algunos libros para que me acompañen en el largo viaje de vuelta a casa. A diferencia de La Paz la ciudad es casi completamente plana, aunque como èsta tiene dos partes bien diferenciadas: un centro de marcado acento colonial donde aun pueden verse algunas de las típicas "cholitas" y una zona moderna aunque sin mucha personalidad que podría estar en cualquier otra ciudad del mundo.


Tras la breve experiencia cochabambina toca continuar rumbo SurEste. Pero cuando por la noche voy a comprar el billete de bus para el día siguiente me dicen que hay un bloqueo de productores de soja en la carretera y que quizá no se pueda viajar. Un poco acojonado ante la posibilidad de no llegar a tiempo a mi vuelo me voy a la cama, pero afortunadamente a la mañana siguiente encuentro un bus que me lleva a Santa Cruz, eso sí, por la carretera antigua. Es decir, más de diez horitas de viaje para despedirme del que durante todos estos meses ha sido mi medio de transporte "favorito". Menos mal que el camino es llano y el paisaje, aunque no espectacular, si muy agradable.

Ya desde los accesos se percibe que Santa Cruz tiene muy poco que ver con La Paz. Pueden verse las numerosas industrias (sobre todo aceiteras) que hacen que esta sea una ciudad considerablemente más rica y próspera que la capital, y que por tanto no vea con buenos ojos las medidas "igualatorias" impulsadas desde el gobierno por Evo Morales. Así que donde allí se veían pintadas alabando la figura de éste aquí se le tacha directamente de asesino y se clama por la independencia de Santa Cruz. Esperemos que la sangre no llegue al río... pero sí que es cierto que esta zona, por su clima, su paisaje, su gente... parece pertenecer a un país diferente al de los pueblos y ciudades del Altiplano. Pero si hasta las chicas llevan minifaldas!


Así que tras comprobar de primera mano las diferencias y los problemas que podrían llevar a Bolivia incluso a una guerra civil me dirijo al moderno aeropuerto para ser testigo de primera mano de otros problemas, en este caso internacionales. Primero en la cola de acceso a la zona de embarque, donde se te hace un nudo en la garganta al ver a las familias de los emigrantes despidiéndose entre làgrimas de éstos. Y segundo en la aduana, donde tras revisar todos los equipajes varios pasajeros son conducidos de muy malos modos a la zona de rayos x para ser "revisados". Por una vez, y sin que sirva de precedente, a mí me dejan pasar tranquilamente y sin levantar sospechas. Debe ser que ya tengo aspecto de persona seria...

Y así llegué a Madrid este pasado finde semana, donde fue recibido por una persona muy especial de una forma muy especial y donde mi madre casi se muere del susto al verme llegar a casa por sorpresa. Por cierto, què limpio y que bonito es Madrid! Y qué rápidos son aquí los camareros! Y qué civilizados los conductores! No hay nada como un "viajecito" para apreciar màs aquellas cosas que tenemos... así que desde hoy mismo comienzo a pensar en una segunda parte de este viaje. Algo que espero poder hacer realidad en un futuro, màs o menos cercano, para poder seguir contàndolo aquí a todos aquellos que de un modo u otro viajaban conmigo. A todos ellos, especialmente a la "inventora" del título de este blog (màs vale tarde que nunca)... hasta pronto!!!

24 marzo 2008

Copacabana - La Paz

Joder, para no gustarme La Paz esta es la tercera ocasión que recalo en esta ciudad... Eso sí, esta vez he decidido cambiar de hotel para no morirme de frío y he recalado en uno de la zona baja de la ciudad. Un barrio residencial, moderno, con altos edificios de oficinas, tiendas más o menos finas y bares y restaurantes estilo "europeo". Eso sí, si caminas dos cuadras y te acercas hasta el puente que salva el cañadón que atraviesa la ciudad, puedes ver allí abajo las chabolas casi colgando del barranco, en un equilibrio que parece pero que muy inestable.
Obviando este pequeño detalle hoy me he dedicado a hacer algunas compras e incluso e ido al cine... por primera vez en cinco meses! Y por cierto, tampoco los bolivianos doblan las películas. A ver si aprendemos!


Cuando voy hacia el cine y me encuentro de frente con una multitud ocupando la calle pienso... quienes serán esta vez? Los estudiantes como en la primera...? los mineros como en la segunda?... seguro que ahora les toca a los campesinos?... Pero no, pronto veo a unos tipos con capuchas moradas portando una virgen y me doy cuenta de que es una pacífica procesión. Eso sí, tras ellos van muchos más vestidos de verde y ataviados con extraños gorros que parecen prusianos. Son militares, que de paso aprovechan para "celebrar", no sé muy bien por qué, la pérdida del mar de Bolivia a manos de Chile hace ya más de 100 años (no os preocupéis, yo tampoco lo sabía hace unos meses). Cuando me entero que en un rato va a venir Evo Morales pienso en quedarme a saludarle, pero sin duda prefiero el peinado de Tim Burton.

Tonterías aparte, ayer regresé de Copacabana huyendo precisamente de las celebraciones de Semana Santa, a pesar de que fue eso mismo lo que fuí a buscar a orillas del lago Titicaca. Y es que la afluencia de peregrinos es mucho mayor de lo que me esperaba y el pequeño y tranquilo pueblito al que llegué hace unos días se convierte en un hervidero de gente que lo inunda todo con sus tenderetes de comida, sus puestecitos de artesanía y sus vetustas furgonetas. Lo malo es que junto a ellos llegan también todos los carteristas de La Paz y un buen número de sus muchos borrachos, que tras honrar a Nuestro Señor Jesucristo se dedican a hacer lo mismo, incluso con mayor devoción, con Nuestra Señora la Botella. Aunque el mayor motivo de mi huída, sinceramente, ha sido que quisieran cuadruplicarme el precio de la habitación...


Pero bueno... como decía, cuando llegué a Copacabana (nada que ver con la playa de Brasil) me encontré con un agradable pueblito, el más grande de la parte boliviana del lago Titicaca, muy turístico pero bastante acogedor. Hay algunos hoteles terríblemente feos a orilla del lago, pero la vista sobre éste compensa con creces ciertos atentados estéticos. Allí mismo, junto a los patinetes de alquiler y los barquitos para las excursiones turísticas hay varios "gringo-cafés" que ofrecen comida internacional (se agradece un descanso de la puramente boliviana...) y música "occidental" (no digamos de ésta...). En uno de ellos, tras cenar una rica trucha de uno de los muchos criaderos del lago, asisto a un estupendo concierto de guitarra y percusión de unos argentinos que andan por allí vendiendo bisutería.

A la mañana siguiente, alentado por los consejos de éstos, me decido a ir a la Isla del Sol por mis propios medios. No, no es que vaya a ir nadando, pero no me apetece ir en el típico tour para turistas que regresa por la tarde, así que cojo el equipaje mínimo imprescindible y me voy caminando hasta Yampupata, el último y minúsculo pueblito en la punta de una estrecha península que se adentra en el lago. Son casi cuatro horas de camino sin cruzarme más que a algún campesino de la zona, pero se me hace corto disfrutando de las increíbles vistas que se me ofrecen. Allí, en Yampupata, un pescador se brinda "amablemente" a llevarme a la isla por 50 bolivianos, lo que para ellos es un buen dinero. Aunque sólo tiene sólo 29 años, parece mucho mayor que yo, y dice que sí no fuera por sus tres hijos pequeños emigraría a España. No sé que decirle cuando me pregunta si es una buena idea...


La Isla del Sol es un lugar sagrado para los incas, que creen que allí y en la vecina y más pequeña Isla de la Luna tiene su origen el mundo. En estas dos islas vivían, según la cultura Tiwanaku, antecesora de la incaica, los hermanos-esposos de los que desciende todo el resto de la humanidad. Hay allí varios restos arqueológicos importantes, como el templo de Pilko Kaina, dedicado al Sol, donde me deja la barquita. De allí hay que trepar (pues la orografía de la isla es bastante accidentada) hasta Yumani, la población más grande de la isla y donde, sorprendentemente, hay un montón de alojamientos disponibles. Y lo peor es que están construyendo muchos más. Quizá demasiados...

Todo el pueblo se organiza a ambos lados de un empinadísimo camino de piedra
construído por los incas y que en su último tramo se convierte en una terrorífica escalera que llega hsta el lago y a cuyo lado discurre una fuente en perfecto estado de funcionamento casi 2000 años después. No hay mucho que hacer en Yumani excepto pasear y yo ya lo he hecho bastante por hoy, así que me dedico a esperar el anochecer desde la terraza de mi habitación, y entonces comprendo por que llaman a la pequeña Isla de la Luna con ese nombre. Parece como si poco a poco el blanco astro emergiera de ese pedazo de tierra para iluminarlo todo. Al menos en una noche de luna llena como ésta. Espectacular!


Y no menos espectacular es el amanecer, cuando parto hacia Challapampa, en el norte de la isla, para llegar a tiempo de coger el barco de regreso a Copacabana. Son algo más de dos horas de recorrido que discurren en gran parte por un camino inca que se ve salpicado por algunos pequeños restos arqueológicos no demasiado impresionantes, la verdad. Eso sí, al final del camino, casi en el extremo norte de la isla hay una explanada donde se levanta una mesa de sacrificios, justo frente a la roca sagrada donde con algo de esfuerzo e imaginación aún puede verse un enigmático rostro tallado. Un poco más allá, los restos de una gran construcción en forma de laberinto de la que se desconoce su utilidad aumentan la sensacíón de misterio del lugar. No hay nadie más allí y realmente siento algo especial que no sé como describir...

Cuando por fin llego a Challapampa quedan casi dos horas para que salga el barco, así que me tumbo en la arena de una de las pocas playas de la Isla del Sol a tomar un poco el ídem junto a una Inca-Cola. En el barquito coincido con dos profesores jubilados bolivianos con los que durante el largo trayecto analizamos la política internacional y de nuestros respectivos países (me río yo de la "crispación" en España comparada con la de aquí). Y al llegar a Copacabana de nuevo me encuentro el mogollón, así que "disfruto" de la procesión del Viernes Santo (o era el jueves?) y me vuelvo a La Paz al día siguiente, sentado junto a un autobusero que parece divertirse asustando a los peregrinos rezagados que vienen en sentido contrario, especialmente a los que lo hacen en bicicleta. Están locos estos bolivianos!


Ah!, por cierto, he colgado un montón de fotos en Flickr, por si alguien tiene curiosidad. En cuanto pueda pego aquí algunas...

17 marzo 2008

Coroico y Rurrenabaque

De nuevo estoy en La Paz, más de una semana después de salir de aquí rumbo al norte, en una de las mejores experiencias de todo mi periplo sudamericano. Afortunadamente no llueve ni hace tanto frío como la última vez que estuve aquí, y la ciudad se muestra algo más amable bajo la luz del sol. Aunque me sigue pareciendo un lugar asfixiante, con su mezcla de altura, climatología adversa, contaminación, suciedad y caos circulatorio. Vamos, que no me vendría a vivir aquí, no! Todo lo contrario que al paraiso tropical que es Rurrenabaque, e incluso que a la no muy lejana Coroico, donde pasé -involuntariamente- un día extra de relax después de recorrer la que aquí califican, casi con orgullo, como la carretera más peligrosa del mundo.


Eso fué, si no me equivoco, el pasado sábado. Salí muy temprano del hotel para reunirme en la agencia de turismo con mis compañeros de aventura: tres japoneses, dos australianos, una pareja argentina y dos mixtas, una formada por un inglés y una alemana y otra por un yankee y una boliviana. Todo un crisol de razas y lenguas!
Tras darnos estupendamente de desayunar nos enfundamos todo el equipo de ciclista y nos montamos en la furgo que nos lleva hasta La Cumbre. Es increíble, pero en todo el trayecto no paramos de subir y subir, atravesando algunos barrios muy muy humildes que deben estar varios cientos de metros por encima del nivel del centro.

En La Cumbre, a casi 5000 metros, la vista es espectacular. Todo está nevado y la carretera serpentea cuesta abajo en un slalom que parece sin final. Y allá que nos lanzamos, empapándonos con la fina lluvia y con la gran velocidad que, casi sin querer, alcanzamos. Tras la única subida del trayecto, suficiente para hacernos echar pie a tierra a todos, comienza el camino de tierra que nos llevará hasta Coroico. El paisaje ha cambiado completamente y ahora las montañas de alrededor son como un espeso muro de vegatación. La ruta, con mucho barro y peligrosas piedras, discurre al borde de cortados de más de 600 metros de alto por los que a menudo caen imponentes cascadas. Sin más incidente que algunas caídas menores, protagonizadas en su mayoría por uno de los pobres japos, llegamos agotados pero satisfechos a nuestro destino. Han sido casi 70 kilómetros en los que descendemos la friolera de 3.600 metros de altura. Un absoluto subidón de adrenalina!


Tras una reparadora ducha y una excelente comida tomo un taxi para que me suba a Coroico, a unos 8 kilómetros de donde nos encontramos. Allí me alojo en un precioso hotel con unas vistas espectaculares de la Cordillera de las Yungas, con piscina y sauna incluídas. Me voy a la cama prontito, porque mañana temprano vienen a buscarme para llevarme a Guanay, de donde sale un barco que me transportará a Rurrenabaque, base de acceso al Parque Natural Madidi. Pero a la mañana siguiente espero durante casi dos horas en la plaza del pueblo y allí no a aparece ni Dios, así que llamo a la agencia de La Paz y me confirman que ha habido un error y el taxista que debía recogerme se ha llevado al primer "gringo" que ha encontrado con una mochila a cuestas, con lo que mi barco ya ha zarpado. Bolivia is different...

Mientras decido si regresar a La Paz o continuar viaje por mis propios medios me alojo en otro hotelito con unas vistas casi más impresionantes que las del de la noche anterior, regido por un francés que para comer me hace una lasaña de trucha, espinacas y roquefort que es sin duda lo mejor que he comido en toda Sudamérica.
Finalmente decido tomar el bus a Rurre a la mañana siguiente, así que paso el día descansando de la paliza de ayer sentado en una terracita de la plaza, viendo el ir y venir dominical de los nativos a la iglesia. Allí veo negros por primera vez en este viaje, que me llaman la atención -especialmente las mujeres- por sus ropas típicamente andinas, que uno asocia ineludiblemente con otras razas.


El viaje a Rurrenabaque en bus es simple y llanamente terrorífico. Sin duda el peor de todos estos meses. La carretera, continuación de la que ya recorrí en bicicleta, debe tener como medio metro de barro y en algunos puntos está casi derruída. En uno de ellos, como a las dos de la mañana, el bus se detiene durante casi dos horas a que una excavadora retire del camino las piedras del derrumbe que se produjo el día anterior. Una vez pasado el tramo más peligroso del camino, ya en el llano, seguimos camino adentrándonos en la jungla, donde la cantidad de barro es casi mayor que en la montaña. Consecuencia de ello el viaje, que debiera durar unas catorce horas, se alarga hasta más de veinte, llegando a Rurrenabaque a eso de las diez de la mañana.

Afortunadamente ha merecido la pena, porque Rurre, como lo llaman los locales, es un pequeño paraíso. Tiene todo lo que uno espera de un lugar como este, un enorme y caudaloso río, puestos callejeros con jugos de frutas tropicales, palmeritas y coquetos hoteles para los turistas. Unos turistas que han traído hasta aquí una prosperidad que se hace patente en las muchas motitos que circulan por las calles, en la limpieza de éstas, y hasta en el caracter, manifiestamente más abierto y extrovertido que el de sus compatriotas del altiplano. Aunque yo creo que eso lo da más el clima e incluso la propia raza, que aquí tiene unas fisonomía y una forma de vestir y comportarse digamos más "occidentales".


Tras una necesaria jornada de descanso en mi habitación, con ventilador y hamaca en la terraza, me embarco en una excursión a lo que aquí llaman Las Pampas. Mis compañeros son en esta ocasión cinco holandeses muy majetes, una pareja de belgas igualmente encantadores y un brasileiro rubito que anda todo el día en las nubes. Eso sí, todos tienen diez años menos que yo, pero no se nota demasiado...jeje
Con ellos tomamos una furgo que nos lleva a través de la selva por unas tres horas. Ya por el camino vemos montones de animales que van anticipando lo que será esta estupendo tour. Comemos en un curioso lugar en Santa Rosa, donde como mascota tienen un pecarí, un mono araña y un enorme y siniestro pajarraco del que no recuerdo el nombre.

Allí conocemos al que será nuestro guía, un señor de unos 55 años, de cuerpo robusto y pelo muy blanco que contrasta con su piel morena y curtida. Se hace llamar a sí mismo El Negro y en los siguientes tres días demostrará poseer un conocimiento y una experiencia increíbles. Y es que ya en el camino al campamento, a bordo de una estrecha y larga canoa de madera, no para de mostrarnos animales que de no ser por él hubieran pasdo desapercibidos para nosotros. Hay infinidad de aves de diferentes clases, monos de tamaños y colres distintos, tortugas, y hasta tenemos la suerte de ver un perezoso y un oso hormiguero, algo por lo visto poco habitual.


El campamento está compuesto por unas básicas cabañitas de madera, elevadas respecto del húmedo suelo, donde se hayan los camastros, herméticamente cerrados por tupidas redes antimosquitos. Lo que no impide que mis manos amanezcan hinchadas por las picaduras de estos monstruos a la mañana siguiente. Y se hinchan aún más cuando caminamos por la ciénaga, infestada de ellos, en busca de alguna anaconda que finalmente El Negro captura, haciendo gala de su increible habilidad. No llega a los dos metros, pero cuando se enrosca en tu muñeca puedes comprobar la enorme fuerza de estos animales. Despues, para relajarnos, vamos a una zona abierta del río, donde saltamos al agua desde los árboles y nos bañamos con delfines rosas, que nos mordisquean suavemente los pies. Una experiencia inolvidable!

Al día siguiente, ya recuperados de las cervezas de la noche anterior en el Sunset Bar (increíblemente hay un bar en mitad de la jungla al que sólo puede accederse en bote y desde el que se ven unos atardeceres fabulosos) toca ir a pescar pirañas. Yo no pesco ni una, pero las muy... devoran en instantes cada trozo de carne que lanzo con mi rudimentario anzuelo. Al menos El Negro pesca cinco o seis para que podamos verlas y cocinarlas durante la comida, aunque no saben demasiado bien...
Tras despedirnos de Casimiro, el caimán de más de dos metros que vive junto al campamento, emprendemos el camino de vuelta a Rurre. Allí vemos, en un recodo del río, una capibara muerta, y cuando nos acercamos a verla más de cerca, un colega de Casimiro más grande y salvaje hace que la barquita tiemble cuando intenta recuperar su comida. Menudo susto!


Tristes por dejar la selva y al Negro llegamos sin más novedades a Rurrenabaque, donde me alojo de nuevo en el mismo y comfortable hotel, afortunadament esta vez a salvo de los israelíes que no me dejaron pegar ojo la noche anterior. Allí, junto a mis coleguitas holandeses, pasamos un tranquilo día a la espera de poder tomar un vuelo de regreso a La Paz al día siguiente, tras cinco dás seguidos de cancelaciones. Tenemos muuucha suerte y entramos en el primer vuelo de la mañana.
Es un avioncito con motor a hélice con capacidad para veinte personas, pero no se mueve demasiado hasta que nos acercamos a las montañas que rodean a la capital, donde tiembla como una hojita de papel. Pero aterrizamos sin ningún problema en 45 minutos, con lo que creo que los 500 bolivianos (frente a los casi 100 que cuesta bus) han sido pero que muy bien empleados. Y aquí estoy, de nuevo en La Paz!

07 marzo 2008

Arica - La Paz

Salgo de Iquique rumbo al norte a media mañana. Al salir de la ciudad me abandona un poco esa imagen casi idìlica que tenía de la misma. Y es que los suburbios, que no vi al llegar porque era de noche, proyectan una imagen que nada tiene que ver con las torres de apartamentos de la playa. Chapas, maderas y plàsticos son los materiales con los que muchos chilenos han construìdo sus muy precarias viviendas en las laderas peladas que rodean a la ciudad. Curiòsamente, algunas de las màs infrahumanas de ellas exhiben orgullosas una banderita chilena, haciendo gala de ese incomprensible patriotismo que tambièn he podido apreciar entre las clases más humildes de Argentina y Bolivia.

El camino transcurre sin más novedad que kilómetros y kilómetros de tierra y piedras, a lo largo del más árido de todos los pàramos que he visto a lo largo de este viaje. Y ya han sido unos cuantos...
El paisaje al llegar a Arica, ya casi en la frontera con Perú, no cambia demasiado, si bien las dunas que delimitan la ciudad no tienen la dimensión ni el atractivo de las de Iquique. De hecho Arica es como una versión pobre de su vecina sureña, con sus playas situadas demasiado lejos del centro urbano como para atraer a los turistas masivamente. Un centro urbano, por cierto, plagado de malls, tiendas de compañías multinacionales y... prostíbulos. Con razón he leído que el norte de Chile es una de las zonas con mayor índice de casos de SIDA en Latinoamérica.


Allí me quedo en un pequeño hotel con televisión por cable para, lo confieso, poder ver el partido Real Madrid - Roma. Aunque más me hubiera valido ir al cine...
Durante el día paseo por el puerto, donde enormes pelícanos deambulan torpemente hasta que despliegan sus enormes alas y emprenden uno de los vuelos más elegantes que puedan verse. Camino un buen rato hasta la playa más cercana, pero está bastante descuidada y casi completamente vacía, lo que le da un aire un tanto deprimente, así que regreso pronto a la ciudad, justo a tiempo de cenar uno de esos estupendos hot dogs chilenos aderezados con la omnipresente palta (en cristiano aguacate), que aquí se usa incluso para untar las tostadas del desayuno. Absolutamente riquísimas!

Como Arica no me seduce demasiado abandono la ciudad a la mañana siguiente. A lo largo de las diez horas de camino pasamos por el Parque Natural Lauca, donde se elevan imponentes volcanes nevados y comienza a brotar una escasa vegetación de la que se alimentan las numerosas llamas y vicuñas que pueden verse en el camino.
La llegada a La Paz, ya bien entrada la tarde, es impresionante. Al doblar una de las muchas curvas del camino, casi de repente, aparece alli abajo la ciudad, emparedada en un estrecho valle entre gigantescos picos nevados. Parece una locura que una urbe de esa dimensión pueda estar en semejante ubicación. Como una locura es el tráfico, que hace que tardemos casi una hora en llegar a la terminal.


Allí me encuentro en la disyuntiva de, por el mismo precio, dormir en una habitación compartida con otras siete personas en un moderno albergue al lado de la estación o en una habitación con baño para mí sólo en un vetusto hotel en el mismo centro. Como estoy mayor escogo la segunda opción. Estoy en pleno mogollón, y aprovecho para pasear entre el bullicio de las calles aledañas. Toda la ciudad es como un enorme mercado al aire libre donde se vende todo aquello que pueda imaginarse, en la mayoría de los casos en minúsculos puestos que ocupan la acera e incluso parte de la calzada y que hacen que los peatones tengan que sortear como pueden el caótico tráfico. Para relajarme, nada mejor que un plato de sushi boliviano.

Por la noche paso mucho frío, pero tras una ducha caliente salgo a recorrer la ciudad. Es sorprendente como las casitas de ladrillo tosco sin revestir se desparraman por las empinadas laderas tiñéndolas de un feo tono rojizo. Pero lo que se tiñe de gris oscuro es el cielo y comienza a diluviar, así que aprovecho a visitar la impresionante Iglesia de San Francisco y su museo aledaño, donde un guía local con algún tipo de enfermedad nerviosa me ofrece una bienintencionada pero algo desasosegante visita. Cuando para un poco me voy al no menos desasosegante Mercado Negro, donde las cholas exhiben todo tipo de brebajes y ungüentos de brujería, incluídos tétricos fetos de llama que prefiero no preguntar para que se usan.


Vuelve a llover, así que tras un rápido recorrido por la zona más turística de la ciudad vuelvo a mi hotel. Y es que mañana me levanto muy temparano para, en una bicicleta de montaña, descender 3600 metros hasta Coroico en un recorrido de 60 kilómetros a lo largo de una carretera cuyo nombre prefiero no mencionar. Allí hago noche para tomar un barco a la mañana siguiente que, remontando el curso de uno de los afluentes del Amazonas durante tres días nos llevará a Rurrenabaque. Noche de descanso y partida hacia lo que aquí llaman la Pampa y en Brasil el Pantanal, donde nos alojaremos un par de noches más en cabañas de madera, rodeados de vecinos tales como caimanes, anacondas o pirañas.

Así que si sobrevivo a esto no sé yo sí me van a quedar ganas de continuar viaje o voy a volver corriendo a España a que me cuide mi mamá...

03 marzo 2008

Oruro - Iquique

En la anterior entrada decía que no me apetecía nada llegar a Oruro a las cinco de la mañana, así que amablemente la compañía de buses boliviana con la que contraté el pasaje desde Sucre se encargó de retrasar la llegada hasta casi las once.
Salimos con bastante retraso y con un sólo turista, yo, entre todo el pasaje. Dentro del bus hace mucho calor, pero a pesar de ello los bolivianos cargan con pesadas y pólvorientas mantas. Más tarde, a eso de la una de la mañana, cuando el bus se lleva por delante un pedrusco y se rompe en mitad de la ruta entiendo por qué. Fuera llueve a cántaros y no hay nada en kilómetros a la redonda donde refugiarse, así que toca escoger entre el acre olor a humanidad del interior o el frío del exterior.
Cinco horas de laaarga espera y otro bus llega para rescatarnos. Va tan deprisa intentando recuperar algo del tiempo perdido que temo que volvamos a salirnos de la ruta, pero afortunadamente llegamos sanos y salvos a Oruro.


Allí me alojo en el primer hotel que me encuentro nada más salir de la estación, un tres estrellas que pasa por ser de los mejores de la ciudad. Y no está mal, si no fuera porque sigue lloviendo, hace frío, y no tiene calefacción!!! Cuando explico la situación en recepción me dan otra manta y me dicen que "espere a la tarde, que con el doble acristalamiento luego se caldea". Así que, agotado, me acurruco bajo veinte kilos de ropa de cama y paso el día dormitando y viendo deportes en la ESPN. Cuando ya recuperado salgo a comer algo me encuentro con la más fea (e incluso un tanto siniestra) de todas las ciudades que he visto hasta ahora, así que no tardo mucho en regresar a la ya "caldeada" habitación a continuar con mi frenética actividad hasta la mañana siguiente, en que regreso a Chile.

Afortunadamente el camino a Iquique transcurre sin más novedad que los consabidos controles aduaneros, que en este caso, cruzando de probablemente el país más pobre de Sudamérica a probablemente el país más rico de Sudamérica, son aún más tediosos que de costumbre. El paisaje en cambio, aunque también pudiera parecerlo, no lo es en absoluto. Al menos para mí. Desde que pasamos a Chile y durante horas recorremos casi en línea recta un monótono y plano paisaje compuesto de tierra, piedras y ni el más mínimo rastro de vida. Es el Desierto de Atacama, el más seco del mundo, que según va cayendo la noche se tiñe de los increíbles colores del atradecer. Cuando llegamos a Iquique ya es de noche, y allá abajo, muy abajo, se divisan las luces de una ciudad mucho más grande de lo que yo pensaba.


Iquique se extiende en una estrecha franja de tierra, entre las peladas laderas que delimitan el desierto y las muy bravas aguas del Océano Pacífico. Por ello, y por el viento constante procedente del mar, es uno de los destinos preferidos por surferos y parapentistas de todo el mundo. Y esa es una de las cosas que me han traído aquí, volver a hacer parapente... Aunque en el albergue donde me alojo los surferos, en especial norteamericanos, ganan por aplastante mayoría. A pesar de ello el lugar es bastante agradable y está a sólo dos pasitos de una playa fantástica. Y bastante más lejos de la zona centro, de muy dudosa reputación y frecuentada por marinos y mineros locales por la abundancia de señoritas de compañía ofreciendo sus servicios.

El primer día aquí me dedico sólo a pasear y conocer la ciudad. En realidad casi se podría hablar de dos ciudades: el viejo Iquique tradicional, con sus casitas de madera traídas de Inglaterra, hoy ya envejecidas y sucias (a pesar de la interesante restauración y peatonalización de algunas calles del centro); y la zona turística a lo largo de la playa, más limpia, tranquila, y excelentemente equipada con sus paseos de maderita, sus zonas verdes, sus canchas deportivas... Ojalá muchas de las playas españolas fueran como ésta! Eso sí, el agua está bastante fría y las olas tienen una dimensión que agradará a los surfistas, pero hace un poco incómodo un simple baño.


Al día siguiente voy a hacer parapente con Philipe, un suizo casado con una chilena que tiene todo un emporio del vuelo montado en Iquique. Varios todoterrenos, un hostal para aquellos que van a hacer cursos y toda la infraestructura necesaria. Lamentablemente tengo demasiadas cosas que ver aún como para quedarme dos semanas haciendo un curso de iniciación en Iquique, pero sí tengo tiempo de pegarme un impresionante vuelo con él que dura casi cuarenta minutos. Y como le digo que ya he volado antes se anima a practicar, conmigo como pasajero, algunas piruetas que casi me hacen vomitar. Eso sí, cuando sólo planeamos, sintiendo como el viento nos marca el camino, me prometo a mí mismo que ya en España volveré a hacer parapente.

El domingo es el día de Humberstone, la otra razón por la que he venido hasta aquí. Y como llegar hasta lo que en su día fue un próspero poblado alrededor de una explotación salitrera y hoy es sólo una ciudad fantasma resulta difícil nos apuntamos a un tour. Me acompaña Litzy, úna chilena muy divertida que vive y trabaja en China y que es la única no gringa del albergue. Antes de llegar al plato fuerte visitamos un par de pueblecitos sin demasiado interés, alguna iglesia de madera con sus ámanerados santos de colorines y unas aguas termales que serían impresionantes si no estuvieran tan llenas de gente. Como más impresionante aún debe ser visitar las vacías calles de Humberstone, con su teatro, su hotel, su bar, su piscina... en absoluta soledad y sin un guía que no para de hablar. Aún así, muy recomendable.


Y hoy... bueno, hoy me he levantado tarde, he escrito algunos mails, he comido un rico ceviche y un jugo de mango, he estado leyendo un rato y me he quemado la piel en la playa durante toda la tarde. Y aún hay quién me pregunta que cuándo regreso!

Ah! y una cosa, aquellos que leen estas mis tonterías y se molestan en escribir algún comentario (gracias por hacerlo), por favor, decid quienes sois!!! Que tengo unos cuantos comentarios "anónimos" en el blog a los que me gustaría contestar...