28 enero 2008

Valpo 2 + Mendoza

Joooder, otra vez ha pasado una semana y no me he dado ni cuenta!
Y lo peor es que no he hecho gran cosa... Bueno sì, rascarme!
Y es que el dìa que tenìa pensado marcharme de Valparaìso amanecì con un montòn de granitos por todo el cuerpo, pero sin prestarles demasiada atenciòn cojì los bàrtulos y me dirijì a la estación caminando por las calles aùn semidesiertas.
Paso por las adoquinadas avenidas del centro aùn desperezàndose y por el bizarro mercado que ya empieza a poblarse de vendedores, mozos y fauna de diverso pelaje.
Pero cuando llego a la terminal resulta que no encuentro un billete para Mendoza hasta tres dìas despuès! Asì que, pensando que no podrìa haber escogido mejor lugar para "pinchar", vuelvo hacia el cerro Concepciòn casi podrìa decirse que contento.


Lo malo es que la mochila ya empieza a pesar y que los malditos granos pican màs y màs. Asì que, al pasar frente al hospital entro a ver si hay suerte y me atienden.
La sala de urgencias es pequeña, sucia y con la mitad de los asientos rotos. Y la fauna que por allì pulula, casi màs "exòtica" que la del mercado. Y yo con mi mochila... Pero afortunadamente no tengo que esperar mucho para que me diagnostiquen una sorprendente varicela!.
Un pelìn acojonado por las advertencias de la muy amable doctora me voy a buscar una habitación en un hotelito barato donde no pueda contagiar a nadie, porque mi cuarto de estos dìas ya està ocupado. Y menos mal!


Asì que paso un par de dìas tranquilos buscando rincones en los cerros que aùn no pisè y visitando lugares tan turìsticos como el cementerio o la antigua càrcel, hoy convertida en un centro cultural alternativo dirigido por un expresidiario cincuentòn con 25 años de condena a sus espaldas en 5 paìses diferentes, que despuès de contarme su vida me vende un diccionario que traduce la jerga del lumpen chileno al castellano. Còmo me arrepiento de no haber llevado la càmara conmigo para fotografiarme con mi muy peculiar tocayo!
Pero ni rastro de fiebre, dolor de cabeza o malestar alguno... salvo los granos cada vez màs abundantes y "picajosos".


Salgo para Mendoza el jueves por la mañana. La distancia no es mucha, pero una vez màs hay que cruzar la cordillera y pasar la aduana, por lo que no llego a mi destino hasta las siete de la tarde. Ahora bien, si el cruce de Los Andes es impresionante en cualquier punto, en èste lo es aùn màs. Al menos para mì. Y es que los habituales bosques y lagos del Sur se ven aquì sustituìdos por enormes montañas resecas y pedregosas que van del malva al verde, pasando por todos los tonos de ocres y rojizos. Curvas y màs curvas sobre pendientes imposibles, caprichosas formaciones geològicas como el Puente del Inca o restos de antiguas explotaciones mineras y destacamentos militares hoy abandonados hacen de este àrea un perfecto escenario para una hipotètica continuaciòn de Mad Max (aunque Mel Gibson ya està viejo...)


En Mendoza, tras confirmar con mi madre que sì pasè la varicela vuelvo al hospital.
Este es màs limpio y moderno que el de Valparaìso. Làstima que el abundante rastro de sangre que deja un herido que traen en camilla permanezca allì, frente a los sufridos pacientes de urgencias, durante un largo cuarto de hora.
Y el nuevo diagnòstico es... pulgas! Algo que yo ya habìa sospechado dada la enorme cantidad de "perros vagos" que dembulaban por la ciudad chilena y el deficiente estado de limpieza de mi primer alojamiento. Menos mal que no pude volver a èl!
Y que esto se soluciona sòlo en unos dìas con una cremita y un buen lavado de ropa...


Y Mendoza... pues bien, aunque palidece un poco despuès de Valpo (sì, a pesar de las pulgas). Y es que a finales del s.XIX un terremoto destruyò casi por completo el antiguo centro y ahora la ciudad es una cuadrìcula perfecta de arboladas avenidas, acogedoras plazas y generosas acequias. Algo que cuando lleguè me extrañò pero que, viendo como corrìa el agua por ellas tras las tormentas que han caìdo estos dìas, encuentro completamente lógico. Eso sì, de excursiones nada. Y no hablemos del Aconcagua! Arriba estàn bajo cero y ayer hasta hubo un muerto en el campamento base!
Menos mal que al menos hoy ha salido un poquito el sol y me he ido con un grupo a recorrer los viñedos y un par de bodegas en bicicleta. Por ver algo...
Pero ya no quiero esperar màs y mañana me voy para el Norte, aunque creo que por allì tambièn està cayendo mucha agua...

20 enero 2008

Santiago de Chile y Valparaíso

Joder, ya hace una semana que escribí por última vez. Y ahora no tengo la excusa de la lentitud de la red en Patagonia...
El lunes pasado salì de San Martìn de los Andes a la muy conveniente hora de las cinco de la mañana rumbo a Pucòn, algo así como su homòloga al otro lado de la frontera. Una frontera donde los pesados tràmites de entrada en Chile se hacen mucho màs llevaderos con el enorme cono gris ceniza y blanco (por la nieve) del volcan Lanìn como telòn de fondo. En Pucòn hay otro volcàn algo menor pero igual de espectacular, el Villarrica, a cuyo cràter se puede llegar en un sòlo dìa de trekking. Pero ya tengo un billete para Santiago en bus-cama esa misma noche, así que me conformo con un tranquilo tour por los lugares màs pintorescos de los alrededores.
Y me quedo con ganas de subir al volcan...


El viaje a Santiago es en el mejor bus en qe haya montado nunca. Sòlo tres asientos por fila, butacas de luxe, ariculares, bandeja para la comida, almohada, mantita...
Llego muy temprano, así que tomo el metro en direcciòn al albergue en plena hora punta. El metro es limpio, moderno y parece muy seguro. Podrìa estar en cualquier ciudad europea. Y lo mismo me parece cuando llego al Barrio Brasil, una zona algo alejada del centro pero con la mayor actividad cultural de la ciudad y un aire bohemio y relajado muy agradable. Y el Hostel, el mejor en el que he estado en todo el viaje: amplio, bonito, con un gran desayuno... Làstima que el staff estè compuesto por cuatro niñas alemanas de intercambio sin ningunas ganas de trabajar ni idea alguna sobre Santiago.


Allí me encuentro con una chica mitad suiza mitad española que conocì en un bus hace un mes, y juntos nos vamos a conocer la ciudad. Santiago no es especialmente bonito, ni pintoresco, pero tiene un tamaño perfecto para recorrer a pie el centro (no como la excesiva Buenos Aires) y un aire tranquilo y animado a un tiempo que invita a pasear por sus calles. O quizà es sòlo que tenìa "mono" de vida urbanita...
Asì que durante tres dìas visito museos, mercados, bares, restaurantes e incluso algùn que otro conciertito, disfrutando un montòn de la gente despuès de tantas semanas de "solitude". Y eso que a veces entender a los chilenos es tarea complicada...


Me hubiera quedado màs dìas en Santiago, pero si quiero llegar a Bolivia tengo que darme prisa, porque hay poco tiempo y muchas cosas que ver en el camino. Asì que salgo para Valparaìso con mi nueva compañera de viaje (al menos mientras nuestros caminos coincidan) y energías renovadas. Valpo, como la llaman los chilenos, es la capital cultural oficiosa del paìs y fué la residencia habitùal de Neruda y otros muchos artistas. Y tambièn un maravilloso disparate de ciudad.
En una estrecha franja de tierra junto al mar se agrupan los edificios oficiales, la estaciòn de bus, el mercado y el puerto, que aún conserva en sus calles aledañas el aroma acre de viejos marinos, putas y piratas. Y también de los modernos, vaya...
A su alrededor quince empinadìsimos cerros con sus respectivos ascensores y sus casitas de colores se asoman a la bahía para dar la bienvenida a mercantes y cruceros de paso. Yo escojo el Cerro Concepciòn, el màs bohemio y pintoresco, para buscar alojamiento, y allì encuentro una habitaciòn bàsica pero muy acogedora desde donde lanzarme a recorrer las calles adoquinadas de la ciudad, llenas de pintadas, escaleras, recovecos y preciosos miradores.


Camino por el agotador laberinto de los cerros, disfruto de los preciosos cafès, visito la especialìsima casa de Neruda, y hasta destrozo un poco el presupuesto en una noche de juerga con unos actores italianos de gira por Latinoamèrica.
Y creo que, de no ser por que espero encontrar otros lugares igual o màs excitantes en lo que queda de viaje, podrìa seguir hacièndolo mucho màs tiempo.
Aquí, en Valparìso.

13 enero 2008

Región de los Lagos

Esta última semana no ha sido la mejor de mi viaje, para que negarlo. Salí de Puerto Montt ya lloviznando y el mal tiempo me ha acompañado durante todos estos días, acentuando una cierta sensación de melancolía postnavideña que espero dejar atrás en cuanto parta, mañana mismo si puedo, hacia climas más cálidos. Para colmo algunas cosas allá por la madre patria me tienen un poco preocupado, pero no me voy a poner ahora a quejarme cuando estoy rodeado de lagos cristalinos, impresionantes montañas y bosques milenarios mientras la mayoría de vosotros está currando, no?


Como decía salí de Puerto Montt el pasado martes acompañado por la lluvia y el frío, aunque no por ello el paso de la frontera a través de los Andes es menos impresionante. Quizá todo lo contrario. Pero no voy a abundar en descripciones sobre la exhuberancia de la naturaleza en esta parte del mundo, que ya os habré aburrido bastante... Llego a Bariloche al medidodía y sigue lloviendo. La "terminal de omnibus" es un hervidero de gente: mochileros de todas partes del mundo, familias de vacaciones, adolescentes argentinos de viaje de fin de curso... Un caos.
Así que tras numerosas e infructuosas llamadas a los albergues céntricos acabo encontrando, de casualidad, una cama libre en uno situado a 7,5 kilómetros del centro. Son unas cabañitas de madera ubicadas en un barrio residencial de las afueras, con el lago al frente y el bosque a su espalda. Así que casi podría decirse que he tenido suerte. Y es que el centro de la hipertrofiada Bariloche es un horror de tiendas de souvenirs y artículos de montaña, chocolaterías y restaurantes, y hoteles y agencias de viajes.


El día siguiente amanece muy lluvioso, así que abandono mi idea inicial de alquilar una bicicleta y me paso el día leyendo, charlando con la amabilísima gente del albergue y, aprovechando un rato de calma meteorológica, bajo al pueblo a hacer alguna compra, tomar un café y mirar escaparates.
A la mañana siguiente no llueve...nieva! Pero harto de esperar a que escampe me voy a la estación y cojo un bus para El Bolsón, la meca hyppie de la Argentina. Cuando consigo un billete ya son más de las doce y, a pesar de que no es muy lejos, no llego allí hasta las dos. Y es que el camino, ya de por sí difícil, se hace aún más complicado con nieve. Eso sí, también mucho más hermoso. Pero curiosamente en El Bolsón, emparedado en un estrecho valle, se da un microclima que incluso les permite cultivar frutales y que hace que hoy la temperatura no sea tan baja como en Bariloche. Como no tengo mucho tiempo, tomo un taxi que me lleva a unos 12 kilómetros del centro, desde dónde parte un sendero que me lleva al Bosque Tallado. Es casi una hora de subida bastante exigente y en la parte más alta hay nieve, pero la vista del valle es espectacular, y las esculturas en los troncos de los árboles una maravillosa excentricidad.
Para colmo a la vuelta los chicos del Hostel se han atrevido a hacer un rico asado en el patio, así que me despido de Bariloche charlando y "tomando" con ellos hasta casi las tres de la mañana.


El viernes me levanto tarde y pelín resacoso y me voy a la estación para ir a San Martín de los Andes. Mi bus sale a las doce y media pero lleva retraso. Media hora, una, una y media... cuando por fin nos anuncian que el bus a tenido un problema y no saben cuando va a llegar. Al menos me devuelven el dinero y, milagrosamente, encuentro un billete con otra compañía para las cinco de la tarde. Mato un poco el tiempo yendo a comer algo y finalmente salgo para San Martín. El bus recorre el Camino de los 7 Lagos y casi podría ser una tracción turística en sí mismo... si no fuera porque las lluvias de los últimos días lo han dejado impracticable y los baches son enormes y constantes. Llego con la espalda molida y la idea de hacer noche allí y continuar hacia el norte huyendo del mal tiempo, pero cuando pregunto en taquilla resulta que no queda ni un sólo billete hacia Pucón, mi próximo destino, hasta el lunes siguiente!
Ya es de noche y la oficina de turismo está cerrada, así que, mochila al hombro, salgo a buscar alojamiento. Pero es fin de semana, temporada alta, y San Martín uno de los lugares preferidos por los argentinos acomodados para pasar sus vacaciones. Así que recorro albergues, hostales y hoteles sin encontrar ni una sola cama. Finalmente, cuando ya me veía durmiendo en la estación, encuentro una habitación en un hotel que normalmente se escaparía de mi presupuesto, pero no hay otra opción...


Duermo como un bendito y a la mañana siguiente me apunto a un tour para recorrer el lago Lacar, a cuya orilla descansa la coqueta (y pelìn pija) San Martìn. No es precisamente turismo de aventura, pero sì es la mejor forma de recorrer la zona en poco tiempo, así que acompañado de familias enteras y parejas de jubilados cojo un barquito en el puerto a las doce de la mañana. El lago, estrecho y alargado, està encajonado por paredes casi verticales cubiertas de vegetación y, a medida que el sol va abrièndose paso, va mostràndonos màs y màs lugares increìbles: acà una playita escondida, allà una altìsima cascada, más allá una capillita en una isla inaccesible... Regresamos pasadas las siete de la tarde y, antes de ir a la cama, me tomo una cerveza con una panda de cincuentones con pinta de golfos que poco más y me lìan para ir con ellos a jugar una partida de poker. Pero no està la economìa com para asumir esos riesgos...


Hoy es domingo y luce el sol. Asì que paso un dìa tranquilo, paseo por los alrededores del pueblo y me dedico a la vida contemplativa y a las labores de intendencia propias de mi condiciòn de mochilero aburguesado. Mañana abandonarè oficialmente la Patagonia, aunque para mí quedó atràs cuando la estepa eternamente ventosa y las casitas apenas levantadas con unas chapas dejaron paso a las cabañas de madera y al paisaje como de postalita suiza. Serà masoquismo que aquellas desiertas tierras màs allà de la cordillera me resulten más estimulantes que las verdes y humedas riberas de la regiòn de los Lagos?

07 enero 2008

Rumbo a Puerto Montt


Los Reyes Magos no me han traído nada. No sé si he sido malo o es que los camellos no flotan y por eso no han podido acercarse al barco. Así que lo único que he pillado ha sido un considerable mareo durante algunos tramos del trayecto.
La cosa empezó mal desde la salida, pues el embarque se retrasó más de tres horas debido al fortísimo viento. Y eso sin haber zarpado todavía!
Así que, con cara de malas pulgas, embarcamos casi 200 pasajeros a eso de las doce para pasar la primera noche a bordo, aunque aún sin salir del puerto.
Abundan los alemanes,especialmente parejas de cierta edad,que nada más subir a bordo se quejan porque las instrucciones sólo están en español e inglés. Pero que coño se creen estos tipos? Afortunamente el pasaje es demasiado caro para los israelíes...

Las cabinas baratas son de cuatro personas y están abiertas y con el baño en el exterior, pero básicamente son igual a las más caras. Mis compis son un australiano cincuentón con una enorme barriga que, lo sé, va a roncar como un energúmeno; un croata con malas pùlgas y pinta de ex-criminal de guerra; y un brasileiro de mechitas rubias y ademanes sospechosamente femeninos. Qué suerte la mía!
Así que, aprovechando la ventaja que me da el idioma, me hago el simpático con una de las responsables de a bordo para que me cambie a una de las cabinas vacías que he visto en la popa. Y en vez de ronquidos escucho el ruido de los motores, pero a cambio tengo mucha mayor intimidad y espacio.


Zarpamos a las seis de la mañana mientras aún dormimos. Cuando nos llaman por los altavoces para desayunar ya estamos navegando y el tiempo parece haber mejorado. Aún así hay muchas nubes bajas y la visibilidad es poca. Pero algunos de los canales son tan estrechos que casi alcanzas a tocar la espesa vegetación que cubre las escarpada superficie rocosa de las islas. Si abriera la vista sería preciosa. Supongo.
Pero no hay suerte y durante las 72 horas que dura el viaje apenas vemos el sol, así que hay que conformarse con la silueta cambiante de los miles de islas e islotes recortada entre la neblina.

A bordo tengo la sensación de pasar el tiempo comiendo y durmiendo, pero no hay mucho màs que hacer. Leo, escribo, e intercambio información sobre próximos destinos con otros viajeros, especialmente una belga y un brasileiro con los que suelo compartir mesa en el comedor. La única distracción son las charlas de los guías (muy aburridas para mi gusto) y algunas películas bastante malas, de las que sólo destacaría dos chilenas que me gustaron mucho. Creo que el director de ambas se llamaba Andrés Wood...


Las únicas alteraciones de la monotonía del viaje se producen al pasar frente al glaciar Amalia y cuando hacemos escala en Puerto Edén, un minúsculo pueblecito compuesto en su mayoría por palafitos y donde aún viven algunas familias aborígenes Kaweskhar esperando su extinción definitiva, que como en el caso de los Yamanás de Tierra de Fuego, se producirá tarde o temprano por su incapacidad para adaptarse a las costumbres occidentales. El barco de Navimag, que pasa por aquí dos veces a la semana, es su única posibilidad de comunicación con el exterior.

Y olvidaba las moviditas doce horas de navegación por aguas abiertas del Pacífico. Un espectáculo de guiris con cara de descompuestos yendo y viniendo al baño y comprando a precio de oro pìldoras contra el mareo en el bar del barco.
Yo me inclino por la medicina "alternativa" y me tomo un par de pisco sour, mucho más económicos que la pastillita milagrosa, y consigo dormir como un bendito. Así que ya sé que puedo ganarme la vida como marinero si no tengo pasta para continuar el viaje...


Puerto Montt es, hablando claro, un horror. Industrial, vieja, gris y llena de desarrapados. O quizá es sólo que el día esta feo y yo la veo con esos ojos, pero mañana mismo me piro de aquí. Me gustaría mucho ir a la Isla de Chiloé, hacia el Sur, pero me da rabia ahora retroceder y luego tener que volver a Puerto Montt. Así que tendrá que ser en una próxima ocasión. Por ahora me conformaré con cuzar otra vez la frontera argentina para ir a Bariloche. A ver si allí consigo colgar algunas fotos de una vez!

03 enero 2008

Fin de año en el fin del mundo

Salí de Puerto Natales rumbo a Usuhaia hace ya casi una semana. El viaje es largo y tedioso, pero me hace ilusión cambiar de año en la ciudad más austral del planeta y eso requiere un esfuerzo... Así que tras catorce horas de viaje que incluyen un cambio de bus, dos cruces de la frontera chileno-argentina, y un corto trayecto en ferry a través del Estrecho de Magallanes llego a mí destino ya bien entrada la noche. Quiero decir que son más de las diez, porque aquí, en esta época del año hay luz hasta pasadas las doce de la noche y amanece apenas a las cinco.
Así que busco un Hostel que me han recomendado y duermo como un bebé agotado del viaje y aún renqueante de mi resfriado...


A la mañana siguiente, ya muy recuperado pero aún no lo suficiente como para poner mi organismo a prueba, sigo el manual del turista perfecto y, tras un paseíto de inspección por la ciudad, me apunto a una excursión en catamarán por el Canal de Beagle para ver el famoso Faro del Fin del Mundo. Es un barco grande y lleno de turistas, pero la vista de la ciudad desde el mar, totalmente rodeada de montañas nevadas, es realmente impresionante... y además el café es gratis! Eso sí, los lobos marinos y los pingüinos ya no impresionan tanto después de verlos por miles en Península Valdés.
Y por la tarde una visita al presidio de Usuhaia, hoy convertido en museo, donde durante años se enviaba a los presos más peligrosos de Argentina, y a otros que no lo eran tanto pero que discrepaban con el gobierno de turno. Allí coincido con un grupo de españoles que resultan ser tripulantes de un barco militar en misión científica a la Antártida. Me invitan a tomar una cerveza con ellos en un local que conocen (vienen cada año por aquí) y que resulta ser de muy dudosa reputación. Pero las chicas que en el trabajan deben tener nociones de psicología y la verdad es que, afortunadamente, apenas se me acercan. Así que cuando están muy ocupados en sus "investigaciones" apuro mi cerveza y me escaqueo, aunque lo cierto es que el ambiente es menos sórdido de lo que uno pudiera imaginar...


El domingo toca ir al Parque Natural de Tierra del Fuego, pero como no hace muy buen tiempo me inclino por el camino más fácil, que aún así lleva más de tres horas y que discurre entre el canal y la cordillera. Así que mires donde mires las vistas te dejan con la boca abierta. Aquí la vegetación es mucho más espesa que en el resto de la Patagonia y entre el verde oscuro del bosque destacan los ocres y amarillos de las turberas que ocupan los antiguos lechos glaciares. Hay conejos por todas partes, gansos que deben pesar quince kilos, cisnes de cuello negro e incluso veo algún zorro. Pero me quedo con las ganas de ver esos castores traídos de Canada capaces de arrasar enormes áreas de bosque y que constituyen la gran plaga de Tierra del Fuego. Ya de vuelta en el albergue me voy a cenar con mis compis de cuarto, una pareja de ingleses de viaje por el mundo antes de establecerse definitivamente en Nueva Zelanda.


El día 31 me apunto a otro tour en barco por el Canal de Beagle. Pero este muy diferente a que hice un par de días atrás. Es un velero en el que sólo vamos diez personas que nos lleva a una pequeña isla donde somos los únicos turistas. Allí el capitán, un tipo que realmente parece disfrutar de su trabajo, nos explica todo lo referente a la geología, la flora y la fauna del lugar, especialmente sobre la enorme colonia de cormoranes que allí habita. A bordo coincido con una australiana ya talludita que se ha recorrido medio mundo y a una chica alemana que está en ello, así que como los tres andamos solos, quedamos por la noche para despedir el año juntos en mi albergue.
Allí cada uno prepara algo de comer y yo lo intento con una megatortilla de patatas de doce huevos que se queda pegada a la mugrienta sartén y que tiene un aspecto deplorable, pero aún así vuela en cuestión de minutos, así que no debe estar tan mala... Los que si están mal son algunos de los habitantes del hostel, que ya antes de las doce duermen la mona tirados en el suelo o abrazados a la taza del water (literal). Yo me porto bien y tras un par de copillas en la disco me voy a dormir a eso de las cuatro.


Y es que el día uno mis nuevas amigas y yo hemos quedado con una argentina y un suizo que también están en mi albergue para alquilar un coche y recorrer los alrededores de Usuhaia. Las chicas no quieren conducir y el suizo no tiene carnet, así que me toca hacerlo a mí, pero la verdad es que me apetece conducir por los caminos de tierra de la isla. Así que me chupo trescientos kilómetros al volante mientras la alemana y la australiana duermen y el suizo (un tipo de dosxdos que ha cruzado los USA en bicicleta y escalado el Aconcagua) trata desesperádamente de ligarse a la argentina. Menos mal que ésta resulta ser muy maja y me da conversación mientras el otro no para de contarle sus innumerables hazañas (entre ellas comerse la misma cantidad de asado que los otros cuatro juntos, qué bestia!). Eso sí, todos los parajes que atravesamos, como siempre en estas tierras, son absolutamente acojonantes.


Me hubiera gustado quedarme al menos un día más en Usuhaia, pero tengo que hacer un cambio de bus en Punta Arenas y no puedo arriesgarme a perderlo y perder también el barco, así que me voy el 2 temprano y, tras sin duda el peor trayecto que he hecho hasta ahora (voy comiendo polvo y rodeado de mochilas durante doce horas), llego a Puerto Natales a última hora de la tarde.
La verdad es que esta ciudad tiene su punto. A pesar de ser la base para todos los excursionistas que van a Torres del Paine y poder encontrar en ella todos los servicios, mantiene aún cierta "autenticidad" que no se encuentra ya en Usuhaia. En cambio sí puedes encontrar dos o tres barcitos muy chulos donde pasar un día de paso como el de hoy o, si tienes pasta, un increíble hotel construído a la manera más o menos tradicional, pero con un pedazo de spa en la azotea con vistas a la bahía que te caes de espaldas. Si alguno tiene interés creo que se llama Indigo y tiene web propia. Yo espero hospedarme en èl la próxima vez que recorra los fiordos chilenos...